Profesor

Lo peor no es que el micrófono indiscreto recogiera el comentario que el responsable de economía del Partido Socialista, Jordi Sevilla, le hiciera el otro día en el Parlamento a su secretario general, Rodríguez Zapatero. Ni que le dijera que se le notaba inseguro y que había cometido un par de errores, confundiendo los conceptos de progresividad y regresividad en el sistema fiscal. A fin de cuentas, quien esté libre de equivocaciones que tire la primera piedra. Además, no ya errores, sino mentiras como la catedral de Burgos salen cada día de los labios de altos responsables del Gobierno, empezando por su presidente, que sigue con el cuento de las armas de destrucción masiva iraquíes, y ahí los tienen ustedes. Tan campantes. Con las encuestas mostrando sin pudor su creciente respaldo electoral.

Lo peor del comentario que el señor Sevilla dirigiera a Zapatero no fue, pues, lo de los errores. Lo peor fue el tonillo displicente, casi de ensotanado padre prefecto que amonesta a un alumno dócil pero poco brillante, con el que el experto le indicó a su superior cómo arreglar ese tipo de desaguisados: "Para lo que tú necesitas sólo hacen falta un par de tardes". De clases particulares, se sobreentiende. Y es lo peor porque tales palabras constituyen otra manifestación de ese hábito del cursillo acelerado que parece haberse instalado entre nosotros. Antes, si uno quería hacerse profesor, economista o muchas otras cosas, tenía que dedicar varios años al estudio, y no siempre era posible vencer las dificultades. Ahora, todo es más sencillo: Basta con un par de tardes. ¿Incluso para llegar a ser un buen candidato a la presidencia, no ya de una comunidad autónoma, cosa bastante asequible como todo el mundo sabe, sino del Gobierno de España?

Debido a ello, a las descaradas mentiras de unos y a los errores e inseguridades de otros, muchos españolitos lo vamos a tener crudo cuando dentro de unos meses se nos convoque a las urnas. No es por desdeñar a los partidos minoritarios, pero las opciones que contarán a la hora de la verdad son más bien desalentadoras. Por una parte, el partido de la guerra. El partido cuyo jefe, tras haber enviado la Legión a luchar contra el infiel, se permite desear en visita oficial a la ONU la victoria electoral de Bush, "por el bien de Estados Unidos y por la estabilidad y la paz mundial". ¿El tejano garante de la paz mundial? Como no nos consta la afición a la bebida del señor Aznar habremos de atribuir tales palabras al jet-lag , ese desajuste mental producido por los vuelos transoceánicos... Y, del otro lado, el partido de los errores y las equivocaciones, de los barones que a menudo rozan el caudillismo, de los portavoces a los que hay que cambiar cada dos por tres, de las listas electorales con sorpresas, de quienes piden juego limpio en TVE olvidando la época de Calviño o María Antonia Iglesias...

Así que, en efecto, los electores tendremos la cosa cruda. Salvo que se reformase la ley electoral y lo que se nos preguntara no fuera quiénes queremos que sean nuestros gobernantes, sino quiénes queremos que no lo sean...

Pero no, claro; esa posibilidad hay que descartarla: No habría suficientes papeletas en las mesas.