Es biología! ¡Es biología!», gritaba alguien ayer por la noche desde el ordenador de mi compañero. «¿Qué miras?», le pregunté; «Gente que se manifiesta en contra de que en los coles se enseñe educación de género», me respondió.

Por lo visto, eso pasaba en Argentina, pero podría haber pasado aquí también, porque aquí también, como en cualquier sitio donde hay personas, hay quien parece que quiera vivir solo con la carcasa con la que llegó al mundo y la primera idea para entenderla que le metieron en la cabeza.

Se trata de personas que van por la vida con lo que les ha venido dado de fábrica, sin ninguna inquietud por cuestionarse si con eso realmente ya tienen suficiente y, lo que es peor, sin mostrar ningún interés ni tolerancia hacia los que sí se hacen preguntas.

Esas manifestaciones que se han producido a las puertas de las escuelas en Argentina coinciden con la noticia de que aquí, también en los colegios, se ha recuperado la enseñanza de la asignatura de Filosofía, que es la que trata precisamente sobre el ser humano reflexionando sobre sí mismo, sobre lo que es o no es material, sobre qué es el cuerpo y qué es el alma, qué es la materia y qué es pensamiento.

Todos aquellos «defensores de la biología» tan gritones podrían venir a manifestarse aquí en contra de que se enseñara a pensar, porque al final tanto una cosa como la otra resultan ser la misma: si la filosofía es el amor al conocimiento y quien la practica tiene un cuerpo, ¿no tendría que ser el conocimiento del propio cuerpo y de todas sus posibilidades uno de los pilares de esa materia?

Quedarse en la idea básica que relaciona tita con tío y mamas con mamá sin querer ir más allá es desperdiciar la inteligencia humana; es quedarse solo con la biología; es funcionar siendo un trozo de carne nada más.

Todos esos que protestan contra el pensamiento podrían pasarse la vida congelados en una nevera: aún se conservarían mejor y todos ganaríamos; por lo menos, los de fuera, los que sí que estamos vivos, podríamos repensarnos tranquilamente.