Lo peor es que, en España, las cosas siempre son o blancas o negras. Si defiendes el al Estatut en Cataluña, ya se sabe que eres socialista o aliado de los socialistas/nacionalistas. Si el no, estás aliado con los populares o quién sabe si con los peligrosos separatistas de Esquerra. Sin embargo, es posible que desde posiciones de neto análisis político se pueda defender el voto afirmativo o el negativo sin depender de las posiciones de los partidos. Lo digo porque, no siendo catalán, no podré votar en el referéndum del próximo domingo. Si pudiese hacerlo, votaría afirmativamente, desligándome expresamente --si posible fuere-- de las batallas de sal gorda en las que se han embarcado nuestros partidos políticos, representados por esa clase política que, en términos generales, creo que Cataluña, ni el resto de España, se merecen.

Sin embargo, opino que no dice la verdad quien afirma, interesadamente, que, antes de Maragall (y de Zapatero ), no existía un problema catalán. Existía, y lo cierto es que el nacionalismo ha prendido desde hace décadas en la sociedad catalana, lo cual es algo tan obvio que no merece la pena discutirlo. La ´era Aznar ´ no fue buena, por decir lo menos, para el inevitable, imprescindible, diálogo entre el Estado central y los nacionalismos; cerrar las puertas de La Moncloa no es la solución para encauzar las aspiraciones de los partidos más o menos nacionalistas, más o menos secesionistas. Puede que ceder a todas las aspiraciones --dirán los más críticos de la doctrina Zapatero -- tampoco resuelva el eterno descontento de quienes se empeñan en culpar a Madrid de todos males. Pero algo había que hacer para desbloquear una situación que se enquistaba. Y algo se ha hecho. No siempre bien, pero se ha hecho.

XDIGAMOSx, llegados hasta aquí, que hay que reconocer que la trayectoria de la Legislatura catalana ha sido, cuando menos, caótica. Y que, pese a los muchos tiras y aflojas, ideas y venidas, contradicciones y sinsentidos de la política del tripartito dirigido por Maragall y a veces teledirigido por La Moncloa, la popularidad del actual president de la Generalitat aumenta, según las encuestas. Lo que, naturalmente, puede dificultar su sustitución al frente de la candidatura socialista en las elecciones autonómicas que se anticiparán a este otoño, un año antes de lo legalmente previsto.

Porque Maragall se va a presentar como el hombre que trajo a Cataluña un nuevo Estatuto de autonomía. Más autonómico y acaso bordeando los límites de la Constitución, pero seguramente no inconstitucional, contra lo que predica el principal partido de la oposición. Y el pragmatismo, el seny , catalán registra que más vale ese Estatut recortado en las Cortes con respecto al texto absolutamente inaceptable, por inconstitucional, llegado del Parlament, que no tener Estatut en absoluto. Por eso, a Maragall lo van a tratar como a un héroe, especialmente si el actual president se aviene a situarse en la hornacina que le tienen preparada junto a históricos como Tarradellas o Pujol . Si no, si lucha por seguir, por reinventar el tripartito con Esquerra, habrá lío. Un lío considerable, porque no es eso lo que Zapatero pactó con Artur Mas , el líder de Convergencia.

Lo que Zapatero, en el fondo, pactó con Mas fue la pax catalana . Mayor autogobierno, pero menos reivindicaciones nacionalistas. Colaboración con el Gobierno central. Y conducción moderada de los planteamientos en Cataluña, con base en un Govern de Convergencia i Unió con los socialistas. Nada de las viejas estridencias de Esquerra. Fue un buen pacto, que permitía desbloquear el Estatuto constitucionalizado y hacer olvidar la loca promesa de Zapatero en el sentido de que aceptaría cualquier texto que llegase del Parlament.

Garantizar un futuro de tranquilidad en Cataluña es algo esencial. Aunque estemos hablando de unos cuantos, unos pocos, años. Es lo que intenta este Estatut poco ilusionante, farragoso, limítrofe, al que yo le daría un de mono sabio: tapándome la nariz, los ojos y la boca. Menos da una piedra; no mucho menos, pero menos.

*Periodista