Hace apenas dos años que he colgado mis alas como auxiliar de vuelo y el accidente la semana pasada de un avión de la compañía Egyptair que cubría la ruta París-El Cairo me hizo revivir cómo era la sensación de volver a trabajar en un avión al día siguiente de una tragedia.

Suena el despertador a las cinco, como cada mañana, y me tatúo la mejor de mis sonrisas, a pesar de ser un día teñido de gris. Al salir de casa miro hacia al cielo buscando sustento y fuerzas para seguir adelante. Empieza la jornada. Me reúno con mi tripulación y la tensión se nota en el ambiente: hoy va por vosotros (las víctimas), nos decimos. Entramos en el avión e inspiro profundamente. Durante las siguientes horas muchas sensaciones me invaden: siento un vacío por los compañeros que se han ido y ya no volverán, tristeza por las familias de las víctimas y una fuerza interior a la vez, por sacar el trabajo adelante de la mejor forma posible y honrar a las víctimas.

Ser auxiliar de vuelo significa, ante todo, ser humano y ser compañero, pues hay días en los que aunque hay ratos durante los cuales la tristeza nos juega malas pasadas, siempre sacamos la mejor de nuestras sonrisas a relucir. Esta carta está dedicada a todos vosotros.