Este es un país fantástico. La cuestión es si es sostenible; no el país, sino la fantasía. El problema reside más en lo político que en lo económico. Qué tiempos aquellos en los que la inteligencia tributaria de Marx, hasta con sus más encarnizados adversarios, zanjaba la política llamándonos a la realidad con aquello de: "La economía, estúpido".

Los negocios marchan tan bien que uno sospecha que no puede ser verdad tanta hermosura mientras en la política nos enzarzamos en una metafísica melancólica sobre el ser o no ser de España. El problema no es, como se dice eufemísticamente, de organización territorial del Estado , sino de armonizar identidades que en algún caso presentan cláusulas de incompatibilidad.

En otros países de arquitectura descentralizada, la difusión geográfica del poder no plantea problemas porque a los ciudadanos les une la voluntad y hasta el orgullo de ser estadounidenses, alemanes o suizos. ¿Qué hacer, sin embargo, cuando gente dotada con el DNI español ostenta un ADN diferente?, ¿qué hacer cuando no hay un mínimo consenso entre el Gobierno y la oposición respecto a las cuestiones básicas de convivencia? ¿Es viable un país en el que Mariano Rajoy, líder del partido principal de la oposición, niega que el ganador de las elecciones represente al Estado? ¿Es sostenible un país en el que las fuerzas centrífugas superan, o parecen superar con creces a las centrípetas? Sí, lo es, gracias al buen sentido de la gente refractaria a romper un estatus que nos ha permitido vivir en paz, libertad y prosperidad desde hace casi 30 años.

Digan lo que digan, el estado autonómico ha sido un éxito, y hasta las comunidades más inventadas y menos identitarias le han tomado el gusto al poder autónomo y pelean por nuevas competencias. Pero, ¿es sostenible una escalada sin límite?

La economía marcha bien, por el momento. En unos días Pedro Solbes, de cara a la confección de los Presupuestos Generales del Estado, elevará las previsiones iniciales de crecimiento del PIB, del 3,3% al 3,4%. La fiebre económica ha subido una décima y no hay síntomas de enfriamiento. ¿Pero puede sostenerse durante mucho tiempo que el Producto Interior Bruto (PIB) crezca el doble que el de la UE? ¿Puede este país absorber un millón de viviendas al año? Puede... por ahora. El índice de natalidad de España es de los más bajos del mundo, pero recibimos más de 600.000 inmigrantes al año. ¿Será sostenible cuando lleguen las vacas flacas? La próxima semana, el Instituto Nacional de Estadística (INE) los está contando y hará públicas unas cifras que asombrarán al país y al mundo, pero que inquietarán al Gobierno y a ciertos alcaldes y presidentes autonómicos.

Las cifras ofrecidas por Carmen Alcaide, la muy competente presidenta del INE, proceden de la actualización bianual del padrón municipal. Son cifras muy fiables, pues los sin papeles se empadronan para acceder a la sanidad y a la educación públicas y para situarse en una lista de espera para la siempre próxima y probable regularización. Por ellas sabemos que, un año después de la regularización de un millón de inmigrantes, se ha colado otro millón largo, contando con los trabajadores y sus familias.

XNO SERAx esta la única sorpresa: el INE dará de baja en los censos municipales a muchos inmigrantes que no han renovado el padrón, lo que significa que algunos alcaldes se quedarán con menos población de la pretendida y, por tanto, con menos transferencias de las esperadas y menos concejalías de las precisas para tener al partido en calma. Los precios han subido en junio solo dos décimas respecto a mayo, lo que ha permitido que la tasa interanual descienda una décima, hasta el 3,9%. Sin embargo, el diferencial de inflación de España con la zona euro es del 1,7%, que es una barbaridad.

¿Es sostenible una inflación del 4%, que nos carcome la productividad y la competitividad comercial? Parece que sí... por el momento. En el primer trimestre la exportación ha dado un salto formidable. ¿Significa un cambio de tendencia o un dato puntual? Si la tendencia se consolidara, ¿querría decir que España podría liberarse del modelo ladrillo y compensar la reducción esperada de la demanda interna con las ventas al exterior? Si las cifras se consolidaran, ¿querría decir que nuestras deficiencias en exportación no se deben tanto a la mala productividad como a la parálisis de las economías de allende los Pirineos? El desiderátum sería que la fatiga de la demanda doméstica nacional fuera compensada por la demanda doméstica de nuestros vecinos; así podría esperarse el enlace del crecimiento actual, atípico en una Europa deprimida, con la tan esperada reactivación de la Unión.

Desde hace más de un año, los expertos profetizan el batacazo: el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, unos consumidores amedrentados y la inversión del círculo virtuoso del que estamos disfrutando, volviendo al perverso círculo vicioso de otrora. Pero cada trimestre que pasa se rinden ante la evidencia: seguimos creciendo por encima del 3%.

Quizá lo que nos pasa no puede ser posible, pero la realidad se ha empeñado en desmentirlo. Tarde o temprano el producto y la renta caerán y entonces habrá que ver qué consecuencias tiene la presencia de cinco millones de inmigrantes. No es malo prepararse para ello, pero ¿para qué rendirnos antes de tiempo?

*Periodista