WLwa Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación (FAO) denunció ayer, un año más, el "escándalo" del hambre en el mundo. El número de personas desnutridas sólo disminuyó en nueve millones (ahora son 852 millones) del año 1992 al 2002. Durante la década de la globalización, del comercio internacional y de un crecimiento económico histórico, ni el primer mundo ha sabido hacer llegar ayuda alimentaria, ni ha impedido que sus productos subvencionados arruinasen las agriculturas de subsistencia del Tercer Mundo. Las consecuencias son estremecedoras: cada año, cinco millones de niños mueren por desnutrición. Y el objetivo de reducir estas cifras al 50% en el 2015 parece utópico.

Los argumentos del informe de la FAO demuestran hasta qué punto tenemos endurecidos la cabeza y el corazón. No basta con el drama humano: esta agencia de la ONU dedicó ayer sus esfuerzos a demostrar que el coste de acabar con el hambre es mucho menor que los beneficios que supondría para la economía internacional. Es ciertamente un escándalo, sea por un imperativo ético o por el frío cálculo económico, que el mundo haga tan poco para abordar tanto las causas como las consecuencias del hambre.