Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

Por agnóstico o ateo que uno sea no puede dejar de reconocer que el hombre propone y Dios dispone. Y esta incertidumbre entre previsiones y realidades, que el azar y la necesidad imponen, unas veces favorece y otras dificulta, e incluso imposibilita, la realización de muchos objetivos políticos. Por ejemplo, los socialistas pretendían y pretenden, ante los bochornosos sucesos de la Asamblea de Madrid, centrar durante este verano, la atención de la ciudadanía en este tema, poniendo de manifiesto la trama de los corruptores y sus fines, lo que es lógico y justo.

Seguro que los socialistas eran conscientes de su penuria de medios de comunicación y de otras muchas dificultade asociadas, pero con lo que no podían contar era con los imprevisibles imponderables. Y son otros desgraciados sucesos los que están de rabiosa actualidad: los incendios forestales que están devorando miles de hectáreas de bosque, con su cortejo de desolación y muerte; explosiones fabriles como la de Puertollano e incluso la desmesurada torridez de este verano. Pero es el lamentabilísimo suceso de la Alcaldía de Marbella, presentado de manera aviesa, aunque inteligente, por parte del Gobierno, como un escándalo más relacionado con la construcción y el poder, para difuminar contornos, relativizar importancias y añadir confusiones, es determina una actitud desleal y deleznable. Esta sinfonía de los ladrillos provoca inquietud y angustia, mejor imitar a la de los juguetes de Mozart por su tranquilidad y armonía.

En la hazaña marbellí se dan connotaciones de tal naturaleza que obligan a la clase política a tomar cartas directamente en el asunto. La actitud chulesca de los protagonistas, la calaña de los actores principales, la deleznable comparsa de los secundarios, mafioso comportamiento, burla de las leyes... Y de nuevo, desgraciadamente, expedientes y expulsiones por medio. Todo ello afecta a la clase política en su conjunto, que debe reaccionar unitariamente como tal, aplicando las previsiones legales que para estos casos extremos existe, que le permite al Gobierno disolver la actual corporación de Marbella y convocar nuevas elecciones.

Porque moralmente, lo que más escandaloso resulta, es que un sector de la derecha de este país se mueva exclusivamente en coordenadas posibilistas de mantenimiento del poder. Cualquier cosa mala para los socialistas es buena para los populares. Y esto nunca debe ser así, se lea la proposición en un sentido o en el contrario. Si algo es bueno o malo para el conjunto de España y de los españoles es buen o malo para todos, beneficie o perjudique a este o aquel partido. Las reglas de juego entre los partidos políticos, deben estar siempre mucho más cerca de las del ajedrez que de las del boxeo.

Las discrepancias son necesarias para el funcionamiento del sistema democrático, pero la tendencia cainita de aniquilación del adversario es una barbaridad que debilita al propio sistema perjudicando la estabilidad del Estado. Son aún mucho más importantes las convergencias que las discrepancias. Máxime en España, en donde su vertebración y unidad están fundamentalmente garantizadas por un Partido Socialista y un Partido Popular muy fuertes. La democracia exige un juego limpio en el que se midan certeramente las responsabilidades.

Desgraciadamente, lamentablemente, Aznar está animado de un furor destructor hacia todo lo que el socialismo pueda representar. Es una posición más personal que de grupo político y de esperar que con su marcha este problema se solucione.