Los británicos han llegado a la conclusión de que sus corruptelas y escándalos políticos resultan bastante baratos en comparación con los de otras latitudes. Aun así, en el Gabinete que preside Gordon Brown, la ministra del Interior, Jacqui Smith, está en el punto de mira de la oposición parlamentaria por una clavija para el baño de apenas un euro de coste, más dos películas de contenido erótico que visionó su esposo con cargo a la partida de gastos de representación, un episodio en el que los tabloides dominicales se recrearon con lujosos detalles. Smith se vio obligada a visitar varios estudios de televisión en un humillante ejercicio para explicar cómo emplea el dinero público en su residencia familiar. Otro ministro también fue investigado por gastos e inversiones en una residencia ocupada por sus padres, y varios diputados parecen haber endosado a su cuenta de gastos desde la factura del lampista a la del jardinero.

Pero no son estas, entre otras revelaciones sobre el mal uso de los fondos públicos, las que pueden acabar con el Gobierno laborista. Tony Travers, profesor de la London School of Economics, ha señalado que la mayoría de denuncias sobre corruptelas no llegan a dañar seriamente el sistema político británico, pero en plena recesión, el descontento se ceba en los políticos. Cuando falta un año para las elecciones, la popularidad de Gordon Brown viaja en metro debido a la crisis fiscal, a la que se unen problemas que en otro escenario económico apenas trascenderían, tales como una embarazosa aparición en YouTube para avanzar reformas parlamentarias que son un galimatías o bien la negativa a conceder los derechos de retiro en Gran Bretaña y cobro de pensión que reclaman los gurjas, el mítico cuerpo de soldados nepalís tantas veces citados en las obras de Rudyard Kipling por sus servicios al país.

Al igual que hizo Gordon Brown con su antecesor, Tony Blair, existe una conspiración en marcha para apear al premier antes de las elecciones previstas para mayo del 2010. Alan Johnson, ministro de Sanidad, cuenta con apoyos estimables entre la baronía laborista para sucederle y evitar así un infortunio mayor en los comicios, cuyos resultados nadie duda que serán favorables al joven líder conservador, David Cameron, a pesar de que algunos de sus más cercanos calaboradores han hecho mangas y capirotes al estilo de los laboristas. Al viejo Labour no le quedará más opción que reinventarse desde la oposición.