TCtada vez que este verano veo en televisión imágenes de las costas españolas, hasta arriba de gente torrándose al amparo de Lorenzo, me viene a la cabeza mi última parada en la playa de Matalascañas, una de las más queridas por los extremeños, o si no que me lo digan a mí: la semana que estuve el año pasado me encontré con gente del pueblo de al lado, de Cáceres, de Mérida, de Plasencia... en fin, que ya pueden comprender cómo me sentía yo cuando buscando el sosiego y el anonimato, y nada más llegar al hotel me topo de frente con fulanito o menganito, con el que días antes habíamos estado tramitando en la oficina algún papel. Se pueden imaginar la cara que se me quedó y no les digo nada la de mi mujer cuando le conté quién era.

La verdad es que mi objetivo era la búsqueda de descanso y relajación. Sin embargo, por más que lo intenté no logré desintoxicarse del estrés diario que caracteriza la cotidianeidad: que si los horarios del buffet, que si en la sauna hay mucha gente y hay que hacer cola, que si la zona más apropiada de la arena se sitúa en tal o cual sitio... Toda una odisea y una verdadera aventura de vacaciones, que no lograron sosegar mi afán de relax más allá de las siestas de pijama y orinal que alegraban mi espíritu en la sobremesa onubense.

Este año aún no hemos decidido a qué lugar iremos a parar, aunque tal y como están los intereses de la hipoteca, quizá nos ahorremos la escapada a las arenas de Doñana y busquemos de nuevo la tranquilidad más vanguardista: hacer caso al refranero popular español por aquello de que en casa hasta el culo te descansa . felipe.sanchez.barbaextremadura.es

*Técnico en Desarrollo Rural