Es vergonzoso el trato burlesco que han dado al referéndum suizo sobre la renta básica en los grandes medios de comunicación españoles. Empezando por no mencionar siquiera que se trata de una política de renta básica (una política de fiscalidad progresiva), reduciendo el tema a un extravagante 'ingreso mínimo', añadiendo sin solución de continuidad que es 'por no hacer nada', bien alto y claro y a carcajadas, 'por no hacer nada'. Elevando la mentira a la categoría de verdad a base de repetirla mil veces. ¡Cuánta ignorancia, soberbia, teatro e hipocresía!

Estos son los defensores de la libertad, que se decoran el pecho con campañas solidarias. Eso sí, si vamos a erradicar la pobreza en serio, entonces eso ya es otro cantar. Si cuido a los pobres soy un santo, si pregunto por qué son pobres, soy comunista. Utopía, dicen. Nunca como hasta ahora se había denigrado tanto una palabra tan bella. Usada como sinónimo de imposible, de quimera, de irreal. Tiene gracia y bemoles que reclamen realismo quienes se niegan tozudamente a ver la realidad, quienes utilizan como referencia teórica el credo neoliberal.

La realidad de 4 millones de parados, de un 20% de población por debajo del umbral de la pobreza, de pobreza infantil y energética, de pensiones no contributivas de miseria, de asalariados pobres. De los evasores fiscales, del rescate bancario, de las puertas giratorias, de las pensiones vitalicias, de los ERE en empresas con beneficios, de los paraísos fiscales, de las indemnizaciones millonarias para altos ejecutivos (el chocolate del loro, dicen). Tiene gracia que la pasta que ganan para vivir durante 30 reencarnaciones sea sólo chocolate y si es para salir mínimamente de la pobreza, eso sea la leche.

La realidad de la renta básica es que se trata de toda una política social, fiscal y de igualdad real, no imaginaria. Que --en términos de dignidad-- iguala por arriba a los que tienen y a los que no tienen, pudiendo elegir libremente si trabajan asalariadamente o no. Es curioso que los amantes de la eficiencia y la competitividad vean con tan malos ojos que la gente se sitúe libremente allí donde son más productivos y competentes.

SOLO EN EL mundo al revés se llama libertad a la esclavitud laboral. Tiene gracia que quien se lo ha llevado crudo sea aplaudido y siga con su credibilidad intacta y que quien intenta salir de la crudeza sea vilipendiado, perseguido por el descrédito (figurada y realmente) y acusado de holgazanería.

Para que los ricos puedan seguir viviendo del trabajo ajeno hay que adoctrinar al pobre en la ética del trabajo y bautizarlo en el nombre del BCE, del FMI y de la SICAV. El mensaje profético es claro: El empresario crea riqueza y da trabajo. La catequesis laboral es innegociable.

La catequesis laboral para nuestra confirmación neoliberal comienza cuando aceptamos la fe en el emprendimiento, la liturgia financiera especulativa, el credo de los beneficios y la biblia de los dividendos. No hay opción para la herejía ni la apostasía. No hay absolución laboral sin propósito de enmienda, sin renuncia a la renta básica. Los sacrílegos merecen el desempleo y la pobreza.

Cada euro que tributa el rico es una escalada de injusticia, de ineficiencia, de expropiación, de comunismo. Si lo tributa un trabajador entonces es competitividad, patriotismo, justicia, solidaridad. La burguesía de la industria mediática está ahí para asegurar que el mensaje sagrado se difunde en cada noticiero y se vierte sobre nuestras cabezas como un bautismo urinario.

Con estas premisas morales hay que presentarse como títeres resueltos y sin pelos en la lengua, como la persona que más trabaja, que más se esfuerza, que nunca se pide una baja laboral, que nunca se toma vacaciones. Sólo así podrás ser embarazado virginalmente por el patrón, dispuesto a pagar por trabajar. Pagar aceptando rebajas salariales, recortes de derechos, subidas de impuestos regresivos, admitiendo copagos y recargos en servicios básicos. El empleador lo sabe y no espera menos de sus súbditos, lealtad obliga, la empresa convierte el agua en vino, el tiempo en oro y el holgazán en hombre de provecho.

Uno nace trabajador como nace siendo pecador. Y al igual que el pecador reza para expiar su culpa, una culpa imborrable, una deuda impagable, el trabajador debe pagar para trabajar, debe devolver la deuda contraída con el santo empresario que le dio la oportunidad de convertir su pecado original en un don laboral al servicio de la iglesia-mercado. Así la culpa acaba transformándose en adoración. Así uno acaba 'trabajando por la empresa' de la misma forma que acaba rezando por devoción.

La realidad es que al final de la jornada por cada euro 'ganado' hemos pagado mucho más. Y no hay opción de elegir, para la inmensa mayoría. El valor de nuestro trabajo está cautivo de su representación en forma de dinero. Trabajo no monetizable, no asalarializable es sólo trabajo fantasma, tiempo perdido, time lost... al menos hasta que despertemos del sueño.