Con la nueva ley educativa (la LOMLOE), que continúa tramitándose en el Congreso, la enseñanza de la ética- la poca que había - desaparece de las escuelas e institutos de este país. Al parecer, el Ministerio de Educación está convencido de que los niños y adolescentes no necesitan educación ética. A mí me resulta imposible de entender. A ver si ustedes se lo explican.

Resulta que, de un lado, el Ministerio está muy preocupado por que los alumnos asuman ciertos valores que la mayoría consideramos moralmente preciosos: el cuidado del medio ambiente, la igualdad de género, el rechazo a la violencia, el multiculturalismo, la solidaridad, el respeto a los derechos humanos…

Pero, de otro lado, parece querer que lo hagan por simple empatía, o por emplaste cerebral, sin pararse a preguntar por qué, sin analizar los argumentos éticos que nos mueven a aceptarlos, y sin debatir con aquellas perspectivas éticas que relativizan, modulan o incluso niegan su legitimidad. Vamos, que quieren moral, pero sin ética. ¿Será que no tienen clara la distinción?

No lo creo. Tal vez sea, sencillamente, que el análisis y la argumentación ética les parezcan, a nuestros gobernantes, algo innecesario. Me estoy imaginando sus razones: «¡Qué análisis ni qué niño muerto! -dirá algún experto o autoridad-. Ciertos valores deben aprenderse como lo que son: el fundamento incuestionable de nuestro sistema de convivencia. A lo sumo -dirá algún asesor-, se podrán debatir ciertos matices, verificar algunos conflictos, explicar su origen histórico. Pero no cuestionarlos. Por eso -concluirá algún alto cargo-, en lugar de la ética (que cuestiona demasiado las cosas), vamos a programar educación cívica (o ético-cívica, para disimular). Y para impartirla, en lugar de filósofos especialistas en ética (que son unas moscas cojoneras), vamos a poner a… que sé yo, a historiadores, o a licenciados en derecho, que saben hablar de todo - algunos, hasta de filosofía -».

¿Qué les parece esto? Yo creo que se equivocan. Es completamente inútil - y es lógico que lo sea - explicarle a un niño o adolescente cómo debe comportarse, o qué valores y normas ha de respetar, si, a la vez, no se le enseña a convencerse a sí mismo de la necesidad de hacerlo. Los alumnos están hartos de homilías y catecismos (religiosos o laicos), ahítos de talleres formativos, saturados de debates puramente retóricos (en los que el resultado está ya prescrito de antemano), y hasta las narices del recitado explicativo de normas, principios y valores, por muy constitucionales que sean. Por un oído les entra y por el otro les sale. Quién crea que así, con simple «educación cívica» aderezada de coaching emocional e insufrible moralina, vamos a forjar generaciones de ciudadanos comprometidos con los valores que defendemos, es que no ha dado una clase en su vida.

De otro lado, y esto va más allá de lo puramente didáctico, es democráticamente inconsecuente «inculcar» valores a niños y adolescentes sin dotarles, a la vez, de las herramientas conceptuales y procedimentales necesarias para que aprendan a asumir como ciudadanos soberanos, de forma crítica y libre, y, por tanto, verdaderamente responsable, su vínculo moral con tales valores. Y esto, aprender a fundamentar de manera racional la propia conducta, tan importante como es (infinitamente más, sin duda, que analizar sintagmas o descomponer números primos), requiere de tiempo. Y también, como es obvio, de un profesorado especializado.

Nada de esto, sin embargo, es considerado por el Ministerio de Educación. Parece que enseñar a los alumnos a pensar por sí mismos, iniciarles en el conocimiento crítico de los autores y las teorías éticas, o en el hábito de argumentar y dialogar con rigor y objetividad, no resulta lo más apropiado. Tal vez sea mejor, entonces, educarlos en valores a la antigua usanza, por simple advocación («¡Sed buenos, niños!»), o con una cancioncilla, como con la tabla de multiplicar, o proyectando documentales de ONG, esos santos laicos, para que aprendan, como los monos, por imitación ¿Tan tontos creen que son? Sin ninguna enmienda lo remedia, yo diría que sí.

*Profesor de Filosofía