La realidad social que nos envuelve (incorporación de la mujer al mundo laboral, el aumento significativo de familias monoparentales, trabajos poco estables, salarios individuales alejados de la necesidad familiar, difícil acceso a la vivienda por su elevado precio, complejidad tecnológica, cultural y social, etcétera) están haciendo cada vez más complicada y difícil a las familias la posibilidad de atender directamente al desarrollo personal y social de sus hijos. Esto es así, nos guste o no, y va a seguir siéndolo.

Esta realidad social compleja acarrea situaciones nuevas, satisfactorias en algunos casos, indeseables y rechazables en otros. Basten como ejemplos, de lo primero, la incorporación activa de la mujer a cualquier aspecto de la vida social y, de lo segundo los niños llaves . Pero esta complejidad no debe significar cerrarse al nuevo contexto y, mucho menos, no abordar soluciones, indudablemente también complejas, a aquellas situaciones indeseables o rechazables.

En la aportación de soluciones para conciliar la vida familiar y laboral, la institución escolar debe jugar un importantísimo papel. Al centro escolar acude el alumnado llevando con él, también, la mochila de situaciones sociales generadas en otros espacios donde vive y se desarrolla (económicas, familiares, medioambientales, culturales, ético-morales, religiosas, políticas...). Situaciones que, por su estrecha interrelación, a veces, interfieren, obstaculizan y neutralizan el proceso de enseñanza/aprendizaje y de desarrollo personal y social del alumnado (contradicción entre valores, actitudes y normas; déficit o precariedad física, intelectual, afectivo y/o emocional...). Una institución, nacida como espacio académico y educativo, se configura también como espacio social del alumnado que debe tenerse en cuenta.

Pero el centro escolar es también espacio social de la comunidad en la que se enmarca --a veces el único o el más caracterizado-- y a él le solicita que asuma objetivos, utilice recursos y proporcione ayudas que faciliten la solución compleja de referidas situaciones, aunque algunos de estos objetivos, recursos y ayudas, tradicionalmente no han sido considerados estrictamente del ámbito escolar.

XPOR ELLOx defendemos un nuevo modelo de centro escolar que, independientemente del papel que deben jugar otras instituciones sociales, aborde la atención del alumnado de forma más global, más allá de la estricta función académica y educativa y se configure como espacio de desarrollo social y comunitario.

Y es con estos planteamientos y con esta concepción de espacio social con los que propiciamos y justificamos determinadas medidas de conciliación de vida familiar y laboral que deben abordarse en el centro escolar. En concreto, determinados servicios, determinados recursos y determinados horarios. No es disparatado por ejemplo, ofrecer un servicio de guardería bien estructurado y con profesionales competentes para aquellos niños y niñas que, por razones de horario laboral de sus padres --realidad incuestionable-- deben quedar solos en casa o hacerse cargo de ellos los abuelos. Tampoco parece un despropósito, por ejemplo, la creación de comedores, ludotecas, actividades complementarias y extraescolares, transporte y un sin fin de servicios (muchos ya se prestan en algunos centros escolares) que ayuden a conciliar vida familiar y vida laboral. Ni tampoco nos parece extravagante que, para cubrir estos servicios, los centros escolares amplíen sus horarios de utilización.

Ni qué decir tiene que esta oferta de servicios, esta ampliación de horarios debe ser objeto de negociación y acuerdo entre las administraciones y entidades públicas y privadas que tienen relación con la comunidad en la que se enmarca el centro escolar. Tampoco debe leerse que tenga que establecerse para todos, recaer sobre el sector profesional que hoy trabaja en los centros, ni que un alumno utilice todo el horario.

Es posible que pueda haber padres que, aprovechándose de ese modelo de centro escolar y perdiendo de su punto de mira el interés mayor para su hijo, hagan dejación de sus obligaciones familiares. Es un riesgo que debe evitarse. También es posible que pudiera haber profesores a los que haya que recordar y exigir su obligación laboral más allá de la estricta clase presencial. Igual que habría que corregir actitudes de algún empresario que, creyendo que el asunto no le concierne, se desentienda de la situación que muchos de ellos han provocado. O bien que pudiera haber algún político que caiga en la impostura de querer cercenar cualquier propuesta ajena sobre el particular. Pero todo ello no devalúa el papel que el centro escolar debe jugar en la conciliación de la vida familiar y laboral.

*En representación del Grupo Afilalápiz