Cuesta superar una depresión y cuesta, sobre todo, hablar de una experiencia tan dolorosa una vez dejada atrás, dado el poder que detenta la memoria para recrear los sufrimientos pasados y volverlos presentes. Cuando hace pocos meses se publicó mi libro RIP (Rest in Plastic), escrito desde el lodo más profundo, el cual tematizo y exploro en sus páginas, me vi en la tesitura de tener que hablar en público sobre uno de los periodos más duros de mi vida, sobre una intimidad que hasta entonces creía solitaria, atravesada por el estigma de una enfermedad que, a día de hoy, sigue causando temor, respeto o vergüenza a quien la ha padecido, o desconfianza entre quienes han tenido la suerte de no enfrentarse a ella. Dicho estigma, extensible a casi todas las enfermedades mentales, está motivado por la falta de estudios que demuestren sus causas. No existe una huella cerebral clara que pueda detectarse y medirse con la actual tecnología médica, e incluso los factores sociales que parecen motivarla no explican por qué afecta a unas personas y no a otras. Las enfermedades mentales, como ha probado el reconocido psiquiatra estadounidense Allen Frances, están sometidas a una interpretación más libre que otro tipo de dolencias, lo que a su vez resulta en un diagnóstico basado en la creatividad de la comunidad científica, cada vez más proclive a multiplicar la sintomatología para elevar el número de pacientes, especialmente cuanto éstos son también clientes.

Aún así, el libro merecía ser contado recuperando las circunstancias en las que se gestó, no sólo por el compromiso ético que intento establecer con los lectores, sino también por la necesidad de contribuir al derribo de la lacra asociada a la depresión en una sociedad cada vez más enfocada en reproducir la felicidad acrítica a toda costa. Lejos de querer dotar a mi viaje de connotaciones heroicas -uno no sana mientras más se esfuerza, mientras más invoca su cura-, vale la pena refutar parte de la mitología popular alrededor del tema.

En primer lugar, y si bien es cierto que no existe una causa directa que motive su aparición, hay contextos y situaciones que pueden actuar como detonante, tal el paro, la precariedad, o la autoexplotación laboral, como ya analizara el filósofo Byung-Chul Han. Hay también estudios que demuestran la relevancia de la inmigración en la salud mental, pues cuando una cambia de país el código de valores y prácticas por los que antes se regía dejan de tener sentido. Por otra parte, la depresión se relaciona normalmente con la apatía: no querer realizar actividades cotidianas o dormir más horas de lo habitual son ejemplos de este déficit de energía; no obstante, yo viví un período de fertilidad en lo creativo que ayudó a que saliera del pozo. Junto a la escritura, la pintura jugó un papel decisivo en esa recuperación, y he sabido después que existe un vínculo muy poderoso entre creatividad y enfermedad mental, y un efecto terapéutico en la producción de arte. Finalmente, el ensimismamiento y el egocentrismo achacados a los deprimidos puede dar un giro y convertirse en una tendencia a la empatía: en mi búsqueda de factores que explicasen aquella crisis personal, investigué multitud de problemáticas sociales que, de alguna manera, tendiesen puentes entre lo individual y lo colectivo. Así llegué a interesarme por la ubicuidad del plástico, la muerte masiva de las abejas y el cambio climático. Fueron los años en que más horas he dedicado al voluntariado, más lúcida he estado, y más he llorado por los demás olvidándome íntegramente de mí misma.

Decía Freud que la melancolía es como un proceso de duelo en el cual no se identifica el objeto perdido, una suerte de luto sin muerto que nos hace regresar insistentemente al lugar indefinido de la carencia. Porque todos los días se muere algo en el mundo o dentro de nosotros mismos, no es difícil que esta afección ataque a cualquiera. De hecho, los antiguos griegos concebían la melancolía como uno de los cuatro humores o fluidos que componían el cuerpo humano; los otros tres eran la bilis, la flema y la sangre. Del equilibrio imperfecto entre estos fluidos nacían personalidades diferentes, pero la existencia del conjunto era constante en cada persona. Quizá no iban tan desencaminados. Quizá haga falta recordar su teoría para normalizar ese monstruo que todos llevamos dentro.