TEtra un jubilado bajito, con gafas de miope, emigrado a Buenos Aires desde su Polonia natal. Se llamaba José Rosenwasser . Un buen día, a finales de los años 70, pensó en darle alguna utilidad a una libreta de teléfonos que le habían regalado --después de todo, él no tenía tanta gente a la que llamar-- y empezó a recorrer con ella los bares de las facultades y los cafés de la calle de Corrientes. Rompía el hielo con la misma frase: "Yo no vendo ni pido plata, ¿no me regalaría tres minutos?". Por eso lo apodaron el ladrón de tiempo. El polaco pretendía que los parroquianos le consignaran en la libretita un pensamiento al vuelo, lo que fuera. Pues bien, llenó nada menos que 60 cuadernos con 20.000 anotaciones que tomaron forma de libro (Las libretas de José ) con las ocurrencias más brillantes. El pobre José habría llegado a centenario este año.

Le apuntaron de todo. Chorradas, recomendaciones para apostar en el hipódromo y, cómo no, exaltaciones futboleras: "La mitad más uno son de Boca". También mensajes políticos con toda la sutileza que requería la Argentina de la dictadura: Me falló el horóscopo , firmado por un falso López Rega , el secretario espiritista de Isabelita Perón .

Lo más abundante, sin embargo, es un sentido del humor afiladísimo ("sonrían, coman turrones y sonrían", rubricado por dos futuras dentistas) y el amor en todas sus manifestaciones. Un chico que firma con sus iniciales dice: "No tengo un mango, pero soy feliz. Tengo a mi vieja, a mi hermano, a mis amigos, y hago lo que me gusta; soy mecánico de motos". Invariablemente, cuando el hombre se despoja de lo accesorio suele quedarse con lo mismo: la risa franca y las personas más próximas; uno de los aforismos más veces repetido en las libretas es un préstamo de El Principito , de Saint-Exupéry : "Lo esencial es invisible a los ojos".

Me pregunto cómo reaccionaríamos ahora si alguien nos abordara en un bar con una libreta en ristre, aparte de echar mano a la cartera por si acaso. Tal como está el patio, puede que muchos suscribieran la apostilla de un tal Alfredo : "Mi sueldo es una herida absurda".