XExl debate sobre la Educación está subiendo de grado por momentos en España, se está calentando que diría un castizo, a raíz de la tramitación de la nueva Ley Orgánica de Educación (LOE). Extremadura no es ajena a ese debate, quizá porque sufre con especial virulencia el problema del fracaso escolar según las estadísticas oficiales. El encendido debate actual es reflejo del innegable estropicio que han causado todas las políticas educativas de los últimos años. Como ahora no se puede negar lo evidente, el acento se empieza a poner --lo vemos cada día más claro-- en la articulación de las soluciones, pero sin olvidar la adscripción de responsabilidades por lo que se ha hecho mal.

Y aquí es donde entra de lleno la refriega no sólo partidista sino ideológica. Todos tratarán de buscar el medio más adecuado para beneficiarse de los escasos logros y achacar al contrario los inmensos desafueros. Es penoso que nos encontremos ante una situación tan lamentable después de las dificultades que España hubo de vencer en el pasado y de las magníficas circunstancias que parecían rodear el proyecto educativo al comienzo de la transición. Las generaciones de postguerra y las cohortes sucesivas tuvieron en la aplicación escolar su tabla de salvación, especialmente si se provenía de una familia humilde. No hay que hacer demagogia con esto --ni con nada--, pero es sin duda loable que ni tan siquiera la nefasta enseñanza franquista pudiera con el empeño de unos jóvenes que, muy pronto, abrieron sus mentes al mundo exterior --en cuanto pudieron también se marcharon fuera-- y se afanaron en recoger, especialmente algunos, la herencia del mejor proyecto educativo que ha fabricado España: el de la Institución Libre de Enseñanza (ILE).

El problema actual de la educación es de enfoque, de distancia, como el de casi todos los asuntos que nos inquietan en la sociedad actual y a los que solemos dar soluciones apegadas a la coyuntura, atraídos quizá por la inmediatez y el exceso de oferta informativa. Este comportamiento está generando una desmemoria galopante, que nos induce a olvidar rápidamente las cosas para pasar a otras sin reflexión, sin darles solución adecuada, puesto que lo siguiente empuja muy fuerte.

Pero si hablamos de educación, al desacierto en el enfoque se suman los prejuicios ideológicos que pueden resultar demoledores. Tal vez alguien piense que la ideología está pasada de moda, pero es precisamente ese tipo de creencias las que impiden que afrontemos, con visos de lograr algo positivo, el encallado y casi encanallado debate sobre la educación. No es necesario volver sobre datos recurrentes que ofrecen siempre la misma respuesta: un devenir lamentable del ámbito educativo, especialmente en los últimos años. Por eso quisiera dedicar la segunda parte de mi reflexión al intento de sacudir el debate del presentismo y de los prejuicios. Parece que hay dos palabras mágicas en educación en estos momentos: calidad y esfuerzo. La primera lleva tiempo rondando el magín de los arreglatodo e incluso se incluyó en la LOCE, la Ley Orgánica de la Calidad de la Enseñanza. Podría recordarse el refrán: dime de qué presumes y te diré de lo que careces y con eso casi se dice todo.

La segunda comienza a estar también muy presente en el debate. Yo mismo he contribuido a ello al defender sin rubor la apuesta por el esfuerzo, porque es una lástima que se haya abandonado el criterio del esfuerzo como el mejor recurso para alcanzar el conocimiento, sobre todo por aquellos sectores sociales que encontraron en él el medio de superar su desventaja de partida.

Pero debo confesar que a uno empieza a darle miedo que se hable tanto de esfuerzo y que la gente se esfuerce tan poco, que pase como con la calidad y nos volvamos a tragar el verdadero significado de las cosas cayendo en la demagogia. Digo esto porque en los comentarios que genera mi apuesta por el esfuerzo en mi entorno académico -aparte del afecto y la consideración hacia mi persona--, percibo los prejuicios ideológicos que tan demoledores resultan para encontrar una solución al problema educativo. Unos me acusan cortésmente de defender a la derecha por plantear el valor del esfuerzo (es decir, éstos piensan que esforzarse es ser de derechas o, mejor, expresan de esa forma el abandono por ciertos sectores de la izquierda política de una bandera que otrora tuvieron como divisa). Los otros intentan apropiarse en sus comentarios de la defensa de la calidad como si fuera una solución mágica, no algo que se fabrica día a día con paciencia y con esfuerzo. El afán de superación era la divisa de la ILE y el movimiento se demuestra andando, como también hicieron los institucionistas, con hechos y realizaciones.

En este empeño el dinero ayuda, pero no soluciona el problema y a veces sirve para enmascararlo. Me contentaría con que una parte de la ciudadanía comenzase a pensar que es necesario trabajar intensamente y olvidarse de alharacas y oportunismos, aunque también creo con sinceridad que algo aparentemente tan sencillo resultará literalmente imposible, sobre todo para los políticos.

*Catedrático de Historia

Contemporánea de la Uex