Nunca como en estos momentos la economía había estado sometida a tantos controles. Cada día es más fácil saber qué ha pasado, qué ha funcionado bien y qué es lo que ha podido fallar. Otra cosa es qué se debe hacer de cara al futuro. El pasado viernes se conocieron multitud de datos sobre la marcha de la actividad económica en Europa. El más importante para nosotros es que el Producto Interior Bruto creció el 0,3% durante el primer trimestre respecto a los tres últimos meses del 2010, una décima más de lo que había calculado el Banco de España.

En términos anuales, supone un aumento del 0,8%. La previsión del Gobierno español para el conjunto del año es del 1,3%, un objetivo que se mantiene a pesar de que el mismo viernes la Comisión Europea lo rebajó al 0,8%. El vicepresidente primero del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, con un buen criterio basado en la experiencia, emplazó a Bruselas a esperar a final de año para ver quién se equivoca menos en sus previsiones de crecimiento.

El dato español no es del todo malo, sobre todo viniendo de donde venimos y en comparación con el de otros países como Portugal (-0,7%) y Grecia (-4,8%), pero dista de la media que hay en la zona euro (0,8%) y no digamos ya del que tiene Francia (1%) y el de la virtuosa Alemania (1,5%). Lo más preocupante es que el consumo interno vuelve a renquear en nuestro país, mientras que en Francia y Alemania desplaza ya a las exportaciones en su papel de motor de la economía.

Aquí tenemos la demanda interna por los suelos y, sin embargo y pese a ese dato, la inflación se está acercando al 4%, una tendencia paralela, pero que es muy superior, a la que se está dando en Europa, lo que presagia otra mala noticia: nuevas subidas del precio del dinero.

El aspecto más positivo es que el plan de reducción del déficit público se está cumpliendo. El precio es un cierto freno del crecimiento y, por encima de todo, un alto coste en términos de empleo. El hecho de que Bruselas diga que el paro es la otra cara de la moneda de las medidas de ajuste fiscal de todos los países de la Unión no puede consolar y tampoco reduce la dimensión del problema en España, con casi cinco millones de parados y nulas perspectivas de nueva ocupación a corto plazo.

Como acostumbra, el gobernador del Banco de España, Miguel Angel Fernández Ordóñez, se inmiscuyó el pasado viernes en las conversaciones entre sindicatos y patronal para reformar la negociación colectiva apelando a un acuerdo rápido que reduzca la cifra de parados. Probablemente, Fernández Ordóñez se precipita, pero lo cierto es que tanto Alemania como Francia no solo crecen más, sino que además no destruyen empleo, e incluso lo crean. Algo deberíamos aprender de ellos, y no solo cómo reducir el déficit.