El 14 de febrero, Alemania y Francia propusieron una fórmula de presidencia bicéfala para la UE que el presidente del Gobierno español, José María Aznar, se aprestó a reivindicar como propia. Pero fue sólo un gesto para disimular hasta qué punto España va quedando alejada del núcleo decisorio de la Unión, en un curioso regreso hacia el aislacionismo respecto de los países decisivos del continente y hacia una condición de secuestrados por EEUU, como en los años franquistas.

Mientras Chirac y Schröder trazan la nueva personalidad europea, Aznar apuesta por Blair y Berlusconi. Los tres líderes más reacios a una política exterior europea autónoma actúan como caballos de Troya de EEUU, como da por descontado Colin Powell, y torpedean las iniciativas para que Europa se desvincule de la guerra si no está justificada. Pero aquí hay un problema: en España todos los sondeos reflejan que la mayoría de los ciudadanos se sienten más próximos a lo que hacen Chirac y Schröder que a la actitud de la Moncloa. Nuestro país --o mejor, el Gobierno de nuestro país-- puede estar cometiendo un error de sensibilidad histórico que nos relegue al pelotón más secundario de la gran UE que se está creando.