El entusiasta apoyo político que Aznar brindó a la invasión anglo-norteamericana de Irak no comportó inicialmente más riesgo bélico que el corrido por los tres buques de retaguardia para apoyo humanitario, pero ya tiene recompensa. Estados Unidos ha encargado a España la administración de la provincia de Um Qasar, enclave económico vital del sur iraquí que alberga el único puerto de agua profunda del país. El Gobierno español se dispone a enviar legionarios, guardias civiles e ingenieros para que trabajen allí a las órdenes del virrey estadounidense Jay Garner.

Con este gesto, España se compromete a actuar en Irak sin esperar a que se lo encargue o dirija la operación el Consejo de Seguridad de la ONU. Con ello contribuye a consolidar el ordeno y mando unilateral norteamericano y rompe con su anunciado apoyo a que sean las Naciones Unidas quienes administren el Irak de la posguerra. Y eso encierra riesgos de todo tipo, porque aunque se hable púdicamente de misiones de asistencia a la estabilidad y a la seguridad lo que empieza ahora es la aventura neocolonial de Bush sin fundamentos jurídicos y con un futuro impredecible. ¿Valía la pena participar sumisamente en este nuevo ninguneo de la ONU?