Los organismos internacionales como la OCDE y el FMI han pasado del no al sí, pero no tanto cuando se les pide que evalúen la marcha de la economía mundial ante la crisis monetaria y bursátil que se arrastra desde principios de agosto. Ahora ya sabemos que los morosos de las hipotecas de EEUU y sus prestamistas han contaminado a todo el sistema financiero. Lo que falta por saber es cuánto afecta la nueva situación al crecimiento de los países desarrollados. El último análisis al respecto es el de la Comisión Europea, presentado por el comisario de Economía, el español Joaquín Almunia. En estas previsiones, Bruselas ha confirmado que la incertidumbre va a restar unas décimas al crecimiento de la UE para este año, con la notable excepción de España, cuyas buenas expectativas se mantienen. De ese modo, la Comisión desmonta el más reciente discurso del PP según el cual estamos ante un cambio de ciclo que va a tener funestas consecuencias. Es cierto que Almunia subrayó también la relajación definitiva del sector inmobiliario, pero esa variable no va a terminar a corto plazo con la pujanza.

Es lógico que el Gobierno, ante esta coyuntura, defienda los logros económicos de la legislatura, como ha hecho el presidente Rodríguez Zapatero. Pero es dudoso que la mejor manera de reivindicar esa gestión sea el recurso al triunfalismo con símiles futbolísticos como que España juega "en la Champions League de la economía mundial". El presidente está obligado a dar un discurso de confianza en este momento y a contrarrestar los negros y exagerados augurios de los portavoces del PP. La cuestión es hacerlo sin caer en la autocomplacencia.