Hacer balance sobre los beneficios que nos ha proporcionado la pandemia se ha convertido en todo un tópico recurrente en entrevistas y conferencias, donde se confiesan «a bombo y platillo» acciones altruistas que con música de fondo bien podrían conformar la banda sonora de una de aquellas antiguas películas «lacrimógenas y sensibleras» que proyectaban los sábados tarde en televisión española. Pero lejos de palabras como «solidaridad», yo, ahora, me encuentro a mucha gente que egoístamente solo piensa en sí misma, y no estoy hablando de la inconsciencia de la juventud, sino en personas que buscan extraer beneficios de una situación penosa y lamentable, que quieren ganar lo máximo arriesgando lo mínimo, chicos que, valiéndose del caos organizativo de Ministerio de Educación durante la pandemia, han luchado, no por aprender sino por aprobar por encima de todo amparándose en leyes ambiguas y laxas, y contando con la connivencia de sus padres, «trabajadores» que hacen sus cuentas y optan por no abrir sus negocios porque les es más rentable mantenerlos cerrados, pequeños empresarios que cobran por sus servicios precios desorbitados aprovechando la situación presente, prestaciones sociales a gente que está trabajando por su cuenta, decisiones gubernamentales cruciales dirimidas en tiempo estival para no levantar polémica, estudios de afectados por el virus cuando los test son de pago para gran parte de la población, rectificaciones a deshora, apertura de todo sin las mínimas medidas de prevención y, sin embargo, todo esto y más, está hecho siempre en «pro» del bien común. Los balcones ya lo decían al unísono, ¡somos un país muy solidario!