XExl mundo político nacional se ha conmocionado con las declaraciones del presidente extremeño Juan Carlos Rodríguez Ibarra. Y la verdad es que no es para menos. Porque pone el dedo en la llaga, y dice a gritos en la plaza pública lo que muchos susurran en las oscuridades de los despachos y no se atreven a decir. Aún así, hay voces, algunas de ellas muy autorizadas, que convergen lo dicho por el presidente extremeño.

Que tenemos un problema estructural del Estado, que plantean algunos partidos nacionalistas y algún otro, que sin llevar en sus siglas la denominación se comporta como tal, es un hecho, que en estos momentos no es dramático, cierto, pero que puede tener derivas desestabilizadoras, peligrosas e indeseables, también.

Por esto, abrir esta cuestión es mucho más de agradecer que de censurar. Acaso no es una gran verdad que "...el debate nominal empezó mal, hemos comenzado la casa por el tejado. España no es lo que queda después de que cada uno haya determinado lo que quiere...". Nadie se equivoque, somos muchos millones y, si me apuran millones de progresistas, los que nos identificamos con este aserto, buena prueba de ello es el eco tenido por estas declaraciones.

Lo que sí es francamente reaccionario, son otras posiciones, en las que priman los gestos de desunión sobre los de concordia, como por ejemplo es el de los alcaldes que no perteneciendo a partidos nacionalistas, en los que la mayor parte sí se quieren ir de España, se conjuran para no poner en el balcón de sus ayuntamientos el día de la Diada, la bandera de España. Pues, ¡qué vergüenza!, permítanme que me escandalice, porque con seguridad, que en muchos de esos pueblos la mitad nacieron fuera de Cataluña, tienen padres, hijos o hermanos en otras del territorio español, se expresan en castellano y quieren amar tanto donde viven, como de donde proceden. El símbolo es de todos, pónganlo en los balcones del ayuntamiento. Porque se entiende que ser progresista es trabajar para unir, para vivir y convivir mejor, para progresar, para tener paz, para ser solidarios. Pero los gestos que separan y no unen, son claramente reaccionarios.

Los nacionalistas, es bueno repetirlo, una y mil veces, para que las cosas queden claras, tienen todo el derecho del mundo a pensar como piensan, pero su discurso no es de este siglo, ni siquiera del anterior. Antiguo sí que es, del siglo XVII para acá, con unas u otras denominaciones se viene manifestando. Y la fortaleza de España digiere la perturbación magníficamente, a lo más algo de bicarbonato, pero nada grave, y ahora en democracia, y éste puede ser el error de algunos, estamos mucho más fuertes. Y cualquier digestión resulta mucho más fácil y cómoda.

Tiene razón Ibarra, cuando nos avisa que no caigamos en el estéril intento del esencialismo español. Ni Ortega, ni Ramiro de Maéztu, ni Menéndez Pelayo, ni Sánchez Albornoz, ni Américo Castro, ni Vicent Vives, la lista es interminable; autores de derechas, de centro, de izquierdas, de arriba, de abajo, han sacado nada en limpio. Esto no debe perturbarnos porque no hay duda de que existimos, el mundo entero no puede estar confundido al respecto, y cuando salimos fuera nos llaman españoles y nos comportamos como españoles todos, casi sin excepción, fuera de nuestras fronteras. Y dentro, son tantos los lazos, la malla profunda y tupida, que el tiempo y la convivencia han creado entre nosotros, y es afortunadamente tanta la sangre mezclada, que existe una realidad convivencial sobre un territorio. Y a esto lo llamamos España, y las reglas para la convivencia las escribimos en la Constitución.

*Ingeniero y director generalde Desarrollo Rural