Andaba la pasada semana Aznar renovando argumentos para justificar la participación de España en la guerra de Irak, cuando dio con uno en el que los profanos no habíamos reparado. Nos hizo caer en la cuenta de que en EEUU hay "40 millones de hispanohablantes, que dentro de unos años serán 80 millones". "Y tú, ¿qué habrías hecho?", se preguntaba el presidente. Pues, visto así, ir a la guerra, sin duda.

Aznar imagina un futuro no muy lejano en que casi 100 millones de almas habrán convertido el español en idioma cooficial del coloso norteamericano. Allá donde la lengua no llegó con la espada de los conquistadores, lo habrá hecho 500 años después de la mano de la migración forzada por el hambre y la clarividente política de alianzas de un presidente español.

Lástima que el razonamiento falle por la base. Se lamenta el escritor Odón Betanzos, un onubense residente en Nueva York que preside la Academia Norteamericana de la Lengua, de que a la España oficial le gusta demasiado mirarse en la cara amable de la estadística sin reparar en el negro futuro. Ya no se trata sólo del éxito del spanglish, sino del desprecio hacia el español que exhiben en su uso administraciones, instituciones y empresas. El idioma sufre un expolio que tergiversa el significado de las palabras, cuando no se las inventa, y que destruye la estructura sintáctica hasta convertirlo en una chapuza. A este paso, habrá que recurrir al ADN para identificar la raíz del español de EEUU, un idioma que no podremos salvar ni participando en futuras invasiones de Irán, Corea del Norte y donde sea menester.