Desde que Caín armado con una quijada de burro diera muerte a Abel el mundo se convirtió en un lugar violento. Freud lo achacó a la eterna lucha entre Eros y Thanatos o la lucha entre el instinto de vida frente al instinto de muerte, el deseo de la conservación, de unión, de honestidad frente al deseo de destrucción, de desunión, deshonestidad. Así en los ciclos y etapas que se darán en la vida del ser humano, se alimentará a Eros o a Thanatos, observando el padre del psicoanálisis también estos ciclos en la sociedad, manifestándose la destrucción en épocas de guerras, persecuciones étnicas o religiosas. Pero ya sabemos que el psicoanálisis, no se pudo demostrar científicamente y fue otro psicólogo Philip Zimbardo quien ideó un experimento allá por el año 1971 en la Universidad de Stanford. Seleccionó alumnos universitarios, simuló una cárcel en los sótanos de la universidad, asignó roles de guardianes y prisioneros a los universitarios, se colocaron cámaras y a grabar. A la semana se tuvo que suspender dicho experimento. Los carceleros comenzaron a dispensar un trato sádico y humillante a los prisioneros a quienes causaron graves trastornos emocionales. Ni que decir tiene que quienes tenían el rol de guardianes tenían prohibido causar daño a los que tenían el rol de prisioneros. Pero en aquella situación y bajo una ideología legitimadora el monstruo que llevamos dentro afloró. Mientras releo El Efecto Lucifer: El porqué de la maldad (Paidós) del profesor Zimbardo, obra en la que analiza de forma pormenorizada tanto el experimento de la prisión de Stanford como los abusos cometidos en la prisión de Abu Ghraib (Irak) en 2004 a manos de marines americanos, escucho de fondo a Vox prometer el uso de armas a los «españoles de bien» y no puedo más que pedir que alguien le regale al Sr. Abascal el libro de Zimbardo ya que se presupone que lo de Caín lo habrá leido.