La guerra se ha cobrado la vida de dos españoles, los periodistas Julio Anguita Parrado y José Couso. Las familias han recibido numerosos testimonios de pésame y entre ellos no ha faltado el del presidente del Gobierno, José María Aznar.

No pongo en duda la sinceridad de esas muestras de condolencia. Pero si yo hubiera estado en el lugar del señor Aznar, primero habría rectificado mi postura frente al conflicto, declarando que estaba en un error cuando lo justifiqué y apoyé, y luego habría expresado el pésame a las familias. No basta con que los testimonios de dolor de una persona sean sinceros. Lo han de parecer.

Mi condena habría sido coherente con la declaración del excoordinador general de IU, Julio Anguita, padre del primero de los fallecidos: "Malditas sean las guerras y los canallas que las hacen". No parece que esto sea lo que piensa el señor Aznar. No se sabe que su pensamiento haya cambiado, desde los días de la estancia en el rancho tejano de Bush, de su viaje a las Azores y de las trifulcas en el Congreso, solo contra todos los demás, declarando la necesidad y la conveniencia para España de ir a la guerra. Pensará que la muerte de los dos jóvenes periodistas ha sido una fatalidad y que es lógico que muera gente en una guerra. Ahora les ha tocado a ellos. Mala suerte.

A todos nos la dolido la muerte de Julio y de José. Al señor Aznar y sus ministros también. Pero hay una diferencia. Mientras el pueblo acompaña el pésame condenando la guerra, ellos prefieren ignorarlo. Es como si alguien muriera de la neumonía asiática sin que la autoridad sanitaria se preocupara de cómo ha llegado el virus.