En el congreso que se celebró en Cáceres el año pasado, con motivo de los 80 años del exilio republicano español, escuché con especial atención la ponencia de Maroš Timkosobre «el exilio comunista español y su reflexión sobre la realidad checoslovaca». No en vano, si sobre el exilio español en Francia o en México hay una bibliografía inmensa, es aún escaso el conocimiento sobre los exiliados en la Europa central y del Este.

Mi abuelo, como muchos otros abuelos españoles durante el franquismo, escuchaba desde Castuera Radio España Independiente, conocida como «la Pirenaica», que se llamaba así para alentar la idea de que la oposición antifranquista estaba a las puertas de España, aunque en realidad la emisora estuviera primero en Moscú y luego en Bucarest. También se podía captar desde España Radio Praga, pues la capital checoslovaca fue por un tiempo patria de acogida de muchos exiliados comunistas, que solían ser los antifranquistas más combativos, lástima que también se combatieran entre ellos.

Por eso, y porque durante un tiempo trabajé como lector de español en la República Checa, país del que guardo un grato recuerdo, leí con mucho interés la novela La luz en su ausencia, de Encarna Castillo, recientemente publicada por Carpenoctem. Si en su anterior novela, Venta del rayo (con prólogo del juez Baltasar Garzón), la autora reconstruía la represión franquista en un pueblo granadino, su última obra también pretende recuperar un capítulo bastante olvidado de la historia española.

Para la escritura de la novela, la autora se benefició de una beca como escritora residente en Praga, durante unos meses, lo cual se nota en la precisión con que describe calles y lugares de una de las ciudades más hermosas de Europa.

La protagonista y narradora de la obra es una exiliada española que, muda de nacimiento, siempre ha visto en la escritura su mejor vía de expresión, y que, ya como anciana, recuerda su llegada como niña a una Praga donde crecerá, contraerá matrimonio, tendrá a una hija y se divorciará rápidamente pues, como dice con una auto-ironía que es de los mayores aciertos de esta voz, «nuestro matrimonio duró lo que suele durar un plan quinquenal en una democracia popular, con sus objetivos de producción, su desarrollo y su cierre final». El desencadenante de su rememoración es el accidente que sufre su perra Fante, única compañía: mientras vela su convalecencia de un atropello va recordando esos «días de la guerra fría y del corazón caliente», tan complicados en la experiencia como entrañables en el recuerdo.

En sus recuerdos aparecen importantes políticos del exilio comunista, como Antonio Mije, Antonio Cordón, Juan Modesto, Enrique Líster y, sobre todo, la catalana Teresa Pàmies, activista y periodista, cuyo Testament a Praga es uno de los testimonios más valiosos de ese exilio, y cuyo hijo, Tomás Pàmies, ayudó a Encarna Castillo con sus recuerdos a la lograda ambientación histórica de la novela.

Situación paradójica en la que vivieron estos exiliados, que luchaban contra una dictadura en España desde un país como Checoslovaquia cuyos habitantes, en su mayoría, los veían como apoyos de otra dictadura, no tan sanguinaria, pero de consecuencias nefastas para un país que había sido, antes de la Segunda Guerra Mundial, ejemplo de prosperidad y democracia. Situación difícil cuando a la vez que luchaban contra el franquismo debían protegerse de la paranoia conspiranoide, pues «todos temíamos que entre nosotros palpitara el corazón del traidor, del camarada resentido, del que delataba nuestras opiniones y posibles desafecciones». Y sin embargo, como refleja Encarna Castillo, vivieron una experiencia de amistad y solidaridad en las dificultades que hoy resulta difícilmente imaginable.

* Escritor.