Dramaturgo

Puestos a ser algo en la vida, seamos españoles. Con todo lo que conlleva serlo (tanto que se le quitan a uno las ganas de proclamarlo como un orgullo simplista) y con todo lo que marca serlo (tanto que nunca se agotan las ganas de proclamarlo). Ser español es ser disciplinado como castellano cristiano y anarquista como bereber ("el desierto invita a la independencia" que decía Ibn Jaldum). Ser español es ser alérgico a cualquier clase de tela de bandera, despreciar a la muerte (que no a la vida) y dar la vida (que no la muerte) por cualquier bandera de cantón que nos inventemos. Somos todo o nada , permanentes luchadores en guerras civiles (más productivas e imaginativas que las de invasión porque hasta sus causas hay que inventar), guerrilleros de lo cotidiano, artistas de lo eterno e ignorantes de lo efímero. Machado lo decía con palabras de esqueleto y grana: "Castilla miserable, ayer dominadora. Envuelta en sus andrajos, desprecia lo que ignora".

Puestos a ser algo, seamos españoles inventando España hasta el fin de los siglos. ¿Por qué no? ¿Por qué someter la imaginación con el peso aburrido de la administración? ¿Qué es más, una butifarra o un decreto ley? ¿Qué aglutina más, una noche de chiquitos por el casco viejo o una manifestación pro-estatuto? Somos españoles, manque nos pese , y por eso discutimos con lenguas diversas, y desobedecemos las leyes con una alegría que hace de Ajuria Enea un enclave españolísimo por esa actitud españolísima.

No es Quebec, es España, la madre de hijos guerrilleros, la que tiene como héroes desde Sabino Arana a Blas Infante, más españoles que Viriato y tan españoles como Viriato.