TSton necesarios los espejismos porque sin ellos el desierto sería interminable. Por eso nos gusta creer en los Juegos Olímpicos, por eso, y porque sin ellos las siestas de agosto se parecerían un poco al desierto. Desde el sillón orejero hemos ganado y hemos perdido, con esa primera persona del plural que nos encanta. Y hemos vibrado con el bádminton, sin tener mucha idea de en qué consiste, y hemos sufrido en salto de altura, todos somos ella, gritaba el comentarista, pobre, al que deben pagar por palabras porque si no se explica la verborrea constante, la metáfora manida, la hipérbole gastada. Todos hemos visto una y otra vez a la ganadora abrazarse al entrenador, tantos años de sacrificio ya olvidados, tantas penurias sin beca, sin un duro, porque seamos sinceros en medio de la celebración, sin ser aguafiestas: muy contentos, sí, pero ni se nos ocurra comparar el presupuesto de todos estos deportistas con el del fútbol.

Seamos serios. Una cosa es un ratito de gloria y otra el opio y el pan y el circo del pueblo, aunque no nos dé gloria alguna. Ni siquiera el baloncesto o el tenis pueden estar a la altura de la vuelta de la Liga, que entre unas cosas y otras no se había ido nunca. La Liga es la realidad diaria, el lunes en el trabajo, y las Olimpiadas, el espejismo. Ahí están las gimnastas, con sus cuerpos imposibles, los nadadores, los atletas, los sufridos ciclistas, la épica del maratón, la mano que se tiende al rival que se cae, la mano que no se tiende al rival político, los himnos, las banderas, la comunidad internacional dándolo todo, citius, altius, fortius, (tapad la piscina verde, que no salga en las fotos) qué bonito. El mismo día en que ganábamos el oro en salto de altura, en Melilla conseguían saltar la valla cuarenta inmigrantes. No hace falta ser comentarista para caer en el tópico. Nosotros sabremos de espejismos, pero ellos son maestros en desiertos, de los de verdad, no de los que nosotros inventamos desde el sillón orejero estas tardes de agosto que no deberían acabar nunca.