TRtajoy ha logrado que el nombre de sus hombres fuertes en el Parlamento haya permanecido oculto hasta el momento mismo de su nombramiento. El del más importante de ellos, el de Jesús Posada , nuevo titular del Congreso, ni siquiera figuraba en las quinielas. No es un dato decisivo, pero sí indica que, por ahora, el futuro presidente del Gobierno controla su partido y que, a diferencia de su predecesor, no es amigo de las filtraciones a la prensa. No es una mala señal en una situación que exige seriedad.

Los colegas que siguen de cerca al PP dicen ahora que tampoco el nombre de los miembros del Gobierno se conocerá, ni se intuirá, antes del momento protocolario previsto. Se comprende que alguno esté un tanto desanimado por ello --poder anticipar una noticia es una de las más saludables ambiciones de un periodista--, pero lo cierto es que en las presentes circunstancias esas informaciones serían menos relevantes que en otras. Porque si algo parece que ha conseguido Rajoy es ser el líder indiscutido de su partido y que en el PP ya no haya facciones ni sensibilidades que aspiren a tener ministros como expresión de su fuerza interna. Y porque tanto el perfil de los nuevos responsables parlamentarios como la trayectoria de Mariano Rajoy hacen pensar que el Gobierno será, sobre todo, un Gobierno del líder. Y que el rasgo político prioritario de los nuevos ministros será su adhesión personal al presidente, cuanto más antigua, mejor. Las hipotéticas estrellas que podrían ser incorporadas al Gabinete también deberían superar ese requisito.

Pero es que, además, las líneas de actuación del Ejecutivo estarán tan marcadas por las terribles circunstancias actuales que ningún ministro, por brillante e innovador que pretenda ser, podrá añadir mucho de su parte. El Partido Popular dará de sí todo lo que puede dar. Esa potencialidad se conoce, más o menos. Aunque cabe confiar --porque a todos nos va mucho en el juego-- en que el reto ante el que se encuentra le lleve a sacar lo mejor de sí mismo.