Escribo sin ganas, pero al aguardo; como queriendo hacer pasar de mí este cáliz. Escribo, les escribo, mientras fuera de mí cae la noche. Fuera es España y fuera son los españoles. Tanto monta, monta tanto. Los viejos y los jóvenes. Los lúcidos y los tarados. Con o sin adoquines de por medio. Los unamunianos y los hotros. Los que venden al por mayor y los que trapichean por las calles menores. Los negros, sí. Y los blancos, también. Legiones y legionarios, con o sin porra. Españoles hasta dejarte sin aliento. Calientes hasta morir. Noviembre, por ejemplo. Calientes sobre la tierra caliente. Noviembre, calientes sobre las nevadas cumbres.

Sin ganas, pero al aguardo. Medio descorazonado (como casi siempre) porque soplan vientos encontrados. Tramontanas y levantes. Cierzos y galernas. Ábregos y solanos. Cada español lleva un viento huracanado dentro de sí. Sospecho que como cada congénere sobre la Tierra fuera cual fuera la madre que lo amamantase. Terriblemente humanos, todo es en nosotros aliento, soplo, viento y hasta huracán… Todo y nada.

Por si me hubiera perdido, retorno, me giro y digo: ¡política! Un sendero estrecho hacia lo oscuro. Solo o en compañía. Mejor solo para que nadie te defraude, para que no te pueda la pena de haber defraudado a los tuyos. O en compañías varias. Medias cuando lo del bipartidismo; ahora tercias, cuartas, quintas, sextas y hasta séptimas. En soledad nos comen las dudas y los remordimientos. Pero, ¡ay!,… en compañía, los odios y las maledicencias.

Pero aún así sigo al aguardo. En calma, acunando la espera en la esperanza. A ratos. Por si el domingo, o un domingo cualquiera antes de morirme, se obrara el milagro de la luz. Y la política fuese graciosa y gentil. Y las palabras fueran aladas. Y los malos transmutaran en buenos. Y hubiera buenos por cientos.

A ratos en espera tensa, sin ojos con que ver. Aterido de frío en una noche electoral sin esperanzas. En la seguridad de que será una noche de victorias pírricas, y tras ella, vendrá una mañana de cálculos imposibles. Un largo camino para volver a la casilla de salida. Tirad porque os toca, pero no está ahí vuestro sueño. Votad lo que os parezca menos malo y seguid en pie. En la intemperie alegre de quienes caminan alegres. Alegres a cada paso de cada día nuevo. Lo otro es solo la comedia de vivir. Pregones de ciego. Ni buenos ni malos; solo los actos, efímeros, son buenos o malos. Buenos o malos como cuando miramos los luceros en la noche clara, con ánimo de adivinación.

Las nubes hablan de victorias sin alas, de calderadas de escrúpulos en conserva y de ministerios al albur de los vientos. Pero entre medias, a la sombra de los fracasos y aún de mil desilusiones, crece la alegría inmensa, el santo orgullo de llamarnos ciudadanos de esta vieja, torturada y dolida madre, mil veces parida, que va de Rosas a San Fernando y de Finisterre a Cabo de Palos. Solo por eso aguardo.

Termino. Respiro mientras viene el domingo con su noche descalabrada, respiro mientras espero a que el lunes salga el sol por Antequera,… A que medio se pueda gobernar. Medio tonto, medio listo el que nos gobierne. España de cabo a rabo, tan distinta, tan España. Españoles de toda laya, tan distintos, tan iguales. Y sobre ellos un solo dios, un dios español, caliente y ciego, cainita las más de las horas, benévolo las menos, que nos proveerá de palomitas de maíz para la noche electoral. ¿Quiere usted, Juan Español, decir algo más? Si, solo dos palabras: ¡Viva España!