Qué se esperaba de Bárcenas. Ahora ya nada, desde luego, porque lo que podía esperarse estaba en el ordenador que le han robado. Y era tan importante, el ordenador, lo que contenía, que mejor no hacer una copia (¿a quién confiársela?) ni conservarlo de ningún otro modo. Un único ordenador. Se comprende la frustración de algunos y el alivio de otros. Pero es sabido que se roban tantos ordenadores cada día.

Sin el ordenador, Bárcenas no solo no interesa a Anticorrupción (“no tiene nada nuevo que aportar”, resumía el último informe fiscal) sino debe fiar sus confesiones a la paciencia y la composición del tribunal que debe oírlas, como la confesión de los 60.000 euros entregados a Esperanza Aguirre, un cohecho poco hecho, sin pruebas. Bárcenas, sin el ordenador, es un robagallinas ante el juez. Debe de ser también frustrante para fiscales y magistrados, incluso para el propio abogado defensor: tanto amenazar Bárcenas con tirar de la manta...

Ahora no hay nada. Pero, hasta ahora, hasta la confesión del ordenador robado, ¿qué se esperaba de Bárcenas? Los años en prisión han ido agrandado la leyenda de que sabía demasiado, hasta el punto de que se sacrificó con la cárcel antes que revelar nada, como buen escudero. Y lo que se esperaba de él, si un día decidía contar lo que decía saber (la condición para no hacerlo era que su mujer no entrara en prisión), no podía ser bueno para el partido. Y esto, lo que no podía ser bueno para el partido, era precisamente lo que esperaban los enemigos del partido. Pero la pregunta es: ¿qué?

Es sabido que el Partido Popular, incluso para sus votantes, no es un partido político. Es una clase social. Ni siquiera se le desprecia (pues desprecio es) por ser la continuidad democratizada del franquismo, si es que el franquismo pudo democratizarse. O sea, por ser una ideología de derechas. Se le desprecia por ser una clase social. Y eso es lo que se esperaba de Bárcenas el día que decidiera descubrir lo que aseguraba encubrir. Eso es lo que se esperaba ahora, en concreto desde noviembre, cuando el Supremo sentenció a casi 13 años de cárcel a su mujer.

Pero la pregunta sigue siendo la misma: ¿qué se esperaba? ¿La revelación de intimidades insoportables, de enriquecimientos desmesurados, de crímenes atroces? ¿O solo corrupción, corrupción y más corrupción, de arriba abajo? ¿Y con qué fin, se esperaba? ¿El arrepentimiento de todos sus votantes? ¿El encarcelamiento de sus dirigentes, anteriores y actuales? ¿El exilio, la huida, qué? Ni aunque ahora se supiera que Aznar gustaba de jovencitas en el gimnasio o que Rajoy desvió millones a cuentas personales en paraísos fiscales, o al revés, Aznar los millones y Rajoy las jovencitas, dejaría el Partido Popular de ser el Partido Popular.

Sin embargo, eso es lo que parecía esperarse de Bárcenas: la destrucción del Partido Popular. Se pensaba que Bárcenas guardaba cárcel por lealtad, como quien guarda ausencia por amor. Un malentendido que surge de la interpretación de aquel sms de Rajoy: “Luis, sé fuerte”. Desde el primer momento, ese mensaje se ha interpretado como una petición de lealtad: aguanta, Luis, no descubras nada, Luis, no nos delates. Un malentendido que ha servido a Bárcenas para mantener al partido en un grito, asustado, y a los enemigos del partido en una ilusión, esperanzados.