El año que acaba de comenzar se presenta bajo el signo de una incertidumbre global que se nutre de dos realidades aparentemente contradictorias: la depresión económica, que suscita un pesimismo generalizado, y la inminente presidencia de Barack Obama, el primer negro que se instalará en la Casa Blanca, del que se espera que actúe como un bálsamo tanto para los estadounidenses como para el complejo universo mundial en brusca mutación.

Como aseguraba Bill Clinton en 1993, Estados Unidos seguirá como "la potencia indispensable", de la que dependerán, en gran medida, la paz y la prosperidad, pero cuyos recursos retroceden relativamente y cuyo poder declina, de manera que nuevos actores --China, Rusia, Europa, India, Brasil-- ocuparán el escenario y deberán compartir la responsabilidad y el gasto para hacer frente a los galopantes desafíos.

Obama esperaba dar prioridad a las cuestiones internas para reparar los quebrantos de ocho años de Bush que erosionaron la cohesión social y dejaron en el aire asuntos acuciantes como el sistema de salud, la inmigración o el rescate del automóvil. Pero, como demuestra lo ocurrido en Gaza, la agenda internacional es tan urgente como imprevisible. La guerra de Afganistán, crucial para el nuevo presidente, coincidirá con la ardua transición en Irak, y ambas estarán escoltadas simultánea o sucesivamente por la tragedia reiterada de Palestina, la proliferación nuclear en Corea del Norte o Irán, los desastres de Africa o la narcoinsurgencia de México. La multilateralidad que preconiza Obama estará sometida a duras pruebas cuando aborde las relaciones con Rusia, la reconciliación de las divergencias y el reparto de cargas en la OTAN, la integración de China en una nueva estructura económico-diplomática, la defensa de los valores occidentales y el combate contra el terrorismo islamista.

Pocas veces un presidente llegó con un consenso tan amplio y unas expectativas tan apremiantes, pero la fórmula mágica del cambio tendrá que superar pronto algunas decisiones controvertidas. Bush nunca gozó de un mandato tan generoso, pero, precisamente por la esperanza que transmite, uno de los grandes retos de Obama será el de no defraudar en exceso ni demasiado pronto a esas masas y esos líderes que propugnan un planeta más seguro y próspero, menos conflictivo y azaroso, pero que difícilmente se pondrán de acuerdo en los medios y el método para lograrlo.