Felipe de Borbón y Carlos de Inglaterra ; aquél, de 45 años, sigue en el andén del principado, hasta que su padre desde el tren real le invite a subir, donde tendrá un trono no exento de interrogantes, pues tendrá que ganárselo sin desmayo, cada día. Este, de 64, se pliega a los deseos de Isabel II que se resiste a cederle el palacio de Buckingham. Ambos aguardan, de grado o por fuerza. Felipe, en un país convulso, camina respetuoso y prudente hasta ser llamado a tan altos destinos, pues su ascenso ahora sería contra el consejo de Ignacio de Loyola : "en la tribulación, no hacer mudanzas", sin cambiar de cabalgadura en medio del río. Ya llegará la oportunidad histórica de su reinado, junto a la princesa Letizia , que ha de funcionar con rigor y acierto, en modélica sintonía profesional, y no sólo para inaugurar crisantemos, en frase de De Gaulle . Mientras, azota al país un vendaval de escándalos que cual lluvia ácida hiere las instituciones, que debieran garantizar el funcionamiento democrático, en una sociedad en que se han arrasado muchos baluartes morales. No sucede así en Inglaterra, cuya reina, celebrado su jubileo de diamante, está rodeada de secular admiración ciudadana. De ahí que el rey Faruk dijera en su día que sólo sobrevivirían los reyes ingleses y los de la baraja.

Por su parte, el caso Urdangarín erosionaba la Monarquía en su proceso institucional, pidiéndose dar paso al Príncipe, mientras se pedían drásticas reformas de la Constitución, racionalizar las Autonomías, nueva ley de partidos, etc., como ahora se urge, dado el cambio sufrido en la sociedad entre demasiada basura política. No obstante, sería forzar los tiempos, removiendo más la calle, donde es querido por su cálida cercanía. (Cualidad también de Carlos, al viajar en el metro londinense en la celebración de los 150 años de su inauguración; aunque la Reina puede nombrar a su nieto Guillermo , casado con la bella Kate Middleton ). Conclusión: Nada ni nadie, como nuestro Príncipe, puede,"cuando toque", suceder al Rey, a pesar de la oposición de cierta juventud y la izquierda radical fascinados por la República. Sabemos que la Corona no vive días de vino y rosas, pero, curtida en muchas turbulencias, estará a la altura de los tiempos, pues la sostendrá un hombre con un gran sentido de Estado.