En la vida, hay segundas oportunidades. En la política, casi nunca. Sobre todo en la política al más alto nivel. Cuando alguien adquiere un rango político de primer grado y se encuentra a su paso un tren, o se sube, o puede que nunca tenga la oportunidad de volver a hacerlo. Hay dos políticas españolas que no se atrevieron cuando pudieron. Y por ello, ahora, apenas pueden observar las traviesas de la vía, mientras siguen apostadas sobre la fría forja de un banco de la estación. La capacidad de ponerse al mando de una locomotora tiene mucho que ver con la capacidad de asumir riesgos, con la valentía, pero también con el manejo de los tiempos. En lo último, ya sabemos que hay un maestro al que muchos denostan, pero que ahí sigue...

Porque casi nadie duda de que Mariano es el amo del reloj de arena. Es capaz de observar impasible cómo van deslizándose los granos desde una cavidad hacia la otra. Y, cuando todos los demás andan ya de los nervios, él sabe el momento preciso en que ha de voltearlo para que la cuenta atrás dé comienzo de nuevo. Pero esta técnica es sólo digna de los imperturbables, de los poseedores de una paciencia sin límites. No es válida para aquellos que se agarran al tiempo como vía de salvación. Porque los hay inquietos, ávidos, que no se esperan por convicción, sino por tacticismo. Son los que quieren seguridad absoluta, sin margen para errores ni imprevistos. Y como eso no es posible --ni en la vida, ni en la política-- su triste destino es el de esperar eternamente.

Carmen Chacón y Esperanza Aguirre , dos políticas de raza, dejaron pasar sus trenes. Y el tiempo y las circunstancias acabaron por deshojarles el carisma y las posibilidades. Tuvieron su oportunidad, y no se atrevieron a asirla con fuerza. Pero no son las primeras a las que les ha acontecido algo parecido. Ni serán las últimas.

Susana Díaz puede sufrir su mismo sino. Porque sí, a la gerifalte andaluza se la contempla fuerte, piafante, dueña de sus huestes y acreedora del cariño popular. Pero lleva ya varios amagos a sus espaldas. Primero, prefirió esperar a tiempos mejores. Y, después del descalabro de Sánchez , volvió a quedarse arrecía. Según pinta el panorama, puede que, cuando se atreva a dar el paso, no tenga partido al frente del cual ponerse. Porque los oráculos demoscópicos barruntan una hecatombe para los socialistas. Y ni siquiera el otrora fértil granero andaluz parece inmune a la carestía que se les avecina.