Esquerra Republicana de Cataluña permitirá, finalmente, la investidura de Pedro Sánchez con su abstención. El partido dirigido desde la cárcel por Oriol Junqueras, desde Suiza por Marta Rovira y desde el Govern por Pere Aragonès se reafirma en la línea política que ha seguido este último año, ratificada en la elección de la dirección, en la ponencia política del útimo congreso y en el Consejo Nacional de ayer. La cúpula parece que tiene controlada una formación con unos estatutos asamblearios pero que ha resistido mejor que otras formaciones el envite de la denominada nueva política sobre las estructuras tradicionales de los partidos.

La decisión de ERC ha alarmado a una parte importante del sistema político español y ha desencadenado un cruce de acusaciones entre una parte de Junts per Catalunya, con quien comparte el Govern de la Generalitat, y la formación republicana, al que se han sumado las voces de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) e incluso de la Cámara de Comercio, en otro ejercicio impúdico de uso partidista de todo tipo de instituciones. No es la primera vez desde la recuperación de la democracia que Esquerra sufre este tipo de envites de parte de lo que antes era CiU: pasó tras las elecciones de 1980, tras la formación del primer tripartito en 2003, tras el pacto de Mas con Zapatero para recortar el Estatuto del 2006 o tras la negativa de presentar listas conjuntas. Esquerra, aparentemente, se ha hecho resistente a este tipo de presiones. Pero este capítulo no ha hecho más que empezar.

Lo cierto es que ERC no renuncia, en nada de lo pactado con el PSOE de Pedro Sánchez, a su objetivo político de la independencia, aunque sí que aparca la denominada vía unilateral, la que se usó en septiembre y octubre del 2017 y que acabó en condenas de más de 100 años para quienes dieron la cara por ella. Y que, además, ha dejado secuelas en la convivencia entre los catalanes que impiden al independentismo alcanzar su pretensión de ampliar la base de su apoyo social o internacional. La fórmula acordada con los socialistas y con Podemos está repleta de ambigüedades, con artefactos que cada parte entiende a su manera, desde la negociación entre gobiernos hasta la consulta a los ciudadanos para ratificar los acuerdos que se alcancen. La realidad del día a día despejará esas dudas.

Pero el gesto de la investidura servirá de poco si el compromiso no se extiende también a los próximos presupuestos y la estabilidad del Ejecutivo, para lo que será necesario que el diálogo al que ambas partes se han comprometido dé frutos. El camino que inicia Esquerra es largo, complejo y difícil. Y le será necesaria la misma resiliencia que ha demostrado a la hora de decidir el sentido de su voto ante la investidura.