Enfrentarse al terrorismo con eficacia exige renunciar a cualquier tipo de vaivén emocional. La disposición frente a los terroristas tiene que funcionar en los mismos parámetros el día del más brutal atentado y la jornada de las detenciones más significativas. Ni depresión ni euforia. Los desvíos en los estado de ánimo no se los permiten los terroristas. Cambiar la moral en los responsables políticos o en los líderes de opinión según el cariz los sucesos solo puede conducir a modificar el diagnóstico y a alargar el final de la violencia.

Las detenciones de Burdeos son importantes en sí mismas y también como confirmación de que la receta que se está aplicando ahora es la adecuada. Es cierto que ETA tiene todavía capacidad de regeneración de su tejido organizativo, pero también es cierto que cada vez les es más difícil mantener estanco su aparato de matar de la trama civil que complementa su acción terrorista. Sucesivas desarticulaciones están garantizadas.

Desde el atentado del 11-S en Nueva York y de los que llevó a cabo Al Qaeda en Europa, la vida de los terroristas es mucho más complicada. Llegará un momento, y no falta tanto tiempo, en que la atmósfera de cualquier país europeo no contendrá el oxígeno necesario para que los terroristas puedan respirar porque hay una necesidad existencial de acabar con ellos. Un piso de poco más de cincuenta metros es el chiquero en donde se refugiaba el supuesto número uno de ETA y ha sido localizado no por fallos de la seguridad de los terroristas sino sencillamente porque ya no les queda casi recursos de ocultación.

Lo importante ahora es no perder de vista que el problema no es el final de la violencia --que está garantizado-- sino la forma en la que se produzca. Cualquier medida que permita a estos asesinos volver como héroes al País Vasco sólo garantizará que el problema, mas tarde o más temprano, se reproduzca. Ninguna épica para el crimen debiera ser el norte de cualquier diseño estratégico.

Es fundamental que quede claro que no existe ningún problema político pendiente que pueda soportar la pretensión de que ETA tenga una naturaleza política. Incluso el léxico es determinante. No deberíamos hablar de jefe político sino de capo de los terroristas para diferenciarlo de los encargados de la logística del crimen. La mafia también tiene estrategas y jefes que deciden cuándo atacar, pero a nadie se le ocurriría hablar de la dirección política de la Cosa Nostra.

La clave del éxito frente a ETA es un final que garantice que ni los hijos ni los nietos de estos asesinos tengan nostalgia u orgullo de sus progenitores para que no vuelvan a matar, porque contemplen a sus progenitores como unos monstruos a los que hay sencillamente que olvidar.

*Periodista.