En el avión que la llevaba de Washington a Berlín, la secretaria de Estado de Estados Unidos, Condoleezza Rice, formuló unas intempestivas declaraciones criticando el diálogo de la diplomacia española con la dictadura cubana.

El Gobierno español hizo todo lo posible por quitar hierro a la cuestión, en aras de la mejora de unas relaciones que se resienten aún de la retirada de las tropas de Irak ahora hace tres años, pero quizá el ministro de Defensa, José Antonio Alonso, podía haberse ahorrado la alusión televisiva a "los bombardeos indiscriminados" llevados a cabo por la OTAN en Afganistán.

En Madrid, en la conferencia de prensa celebrada con su homólogo español, Miguel Angel Moratinos, la jefa de la diplomacia estadounidense insistió en las serias dudas que abriga sobre la eficacia de la acción española para lograr que Cuba recupere la libertad.

La obsesión cubana de Condoleezza Rice parece un pretexto para subrayar que las relaciones con España, pese a los esfuerzos de Moratinos, no acaban de superar la frialdad. La secretaria de Estado norteamericana no ignora que la política de aislamiento y hostilidad hacia Cuba que ha sido practicada por Washington solo ha cosechado fracasos en los últimos 48 años, ya además ha sabido ser utilizada por la dictadura de Fidel Castro para atrincherarse tras un nacionalismo estridente y promover el éxodo de sus ciudadanos como válvula de seguridad.

Pero lo malo es que de la actual etapa dialogante llevada a cabo por la diplomacia española no cabe esperar mejores resultados. Las sucesivas aperturas que se han llevado a cabo por los gobiernos españoles no mejoraron la vida de los disidentes ni hicieron avanzar la libertad porque el castrismo se asienta en la coerción y una oprobiosa dictadura sobre las necesidades. Y sabido es que si el régimen renuncia a la coerción, como hizo Mijail Gorbachov, la situación se tambalea.

EEUU y España, viejos aliados, están obligados a entenderse y sería óptimo que coordinaran sus esfuerzos en algunos asuntos vitales como el de la estrategia a desarrollar en espacios como América Latina, ahora desquiciada por las divergencias entre la izquierda reformista de Michelle Bachelet en Chile o Lula da Silva en Brasil, favorable al concierto con Washington, y la radical de Hugo Chávez con su prédica de una cruzada antiimperialista.

Y las posiciones no parecen que vayan a moverse mucho. Mientras el presidente George W. Bush siga en la Casa Blanca, con sus recuerdos y frustraciones sobre el papel desempeñado por el Ejecutivo español en el conflicto bélico de Irak, no cabe esperar ninguna efusión de Washington hacia el Gobierno de Madrid ni inflexión en las posiciones ideológicas y pacifistas del presidente Rodríguez Zapatero y algunos de sus aliados parlamentarios.