WMw ucho se discutirá sobre los motivos o el estado mental del presunto asesino de Tucson (Arizona), pero un hecho resulta evidente y es el contexto en el que se ha producido el tiroteo. La máxima crispación, la violencia verbal y las frecuentes instigaciones implícitas a la violencia física se han apoderado del escenario político en Estados Unidos desde la aparición hace unos meses del movimiento ultraconservador del Tea Party, incapaz todavía de digerir la llegada a la Casa Blanca del presidente demócrata Barack Obama.

La congresista Gabrielle Giffords, gravemente herida el sábado en la matanza de Tucson (en la que fallecieron seis personas, entre ellas una menor), ha defendido sus ideas con la política y en las instituciones democráticas, que son el medio y el lugar del debate civilizado. Giffords es una demócrata moderada. Partidaria de una mayor seguridad en la frontera con México para frenar la inmigración ilegal, se opone, sin embargo, a la ley aprobada en su estado por la dureza extrema con la que criminaliza a los inmigrantes sin papeles. También es favorable a la reforma de la sanidad que ha desatado los peores instintos de los radicales del Tea Party.

La postura de la congresista demócrata sobre ambas cuestiones la convirtió en objetivo de dicho movimiento. Más todavía tratándose de una representante de Arizona, estado donde el debate sobre la inmigración ha creado un "ambiente político tóxico", según asegura el propio sheriff del condado.

Cuando se pone en el punto de mira de un teleobjetivo a un político, como hizo Sarah Palin en su web con Giffords y otros 19 congresistas demócratas, o cuando en vez de pedir el voto con argumentos políticos se insta a derribar al contrincante con un fusil M-16 automático, aunque sea retóricamente, como hizo el rival de la víctima, se está incitando a la violencia a cualquier desequilibrado.

Sería un error pensar que lo ocurrido en Arizona es algo circunscrito a un país donde cualquiera tiene acceso legal a un arma de fuego. Las agresiones verbales, los insultos, las descalificaciones sin fundamento y todas las barbaridades que se escuchan en tertulias y otros programas supuestamente de debate en emisoras españolas generan también un clima vitriólico. De las palabras inflamadas pueden derivarse funestas consecuencias, y no solo en Norteamérica.