Todos nos hemos sentido engañados en alguna ocasión. Ocasionalmente, cuando hemos comprado un producto o contratado un servicio. Y otras veces, cuando hemos confiado en personas que, después, han demostrado no ser merecedoras de que les abriésemos las puertas de nuestra vida. El dolor que se siente al ser consciente de una estafa es proporcional a la confianza que se depositó en el trilero. Si hablamos de productos o servicios, el dolor se siente, habitualmente, en el bolsillo o en la cuenta bancaria. Pero, cuando hablamos de relaciones personales, ese dolor trasciende lo material para adentrarse en las entrañas mismas de nuestro cuerpo.

Hay profesionales del embeleco en todos los ámbitos. Expertos en tomar el pelo, y en aprovecharse de la credulidad o bondad de las personas. Los hay, incluso, que se dedican por entero a ello. Que emplean todo su talento y picardía para subsistir o enriquecerse a costa del prójimo. Pero, como en todo en la vida, en esto de la engañifa también hay grados y escalas. No todos los timos son del mismo calibre. Hay pequeñas estafas, habituales en el mundo comercial, del marketing y la publicidad, con profesionales que suelen dulcificar la realidad para hacerla más atractiva. Y otras, de diferente entidad, en el ámbito político, mediático y puramente humano, a las que, por frecuentes, hemos llegado a acostumbrarnos.

O sea, que todos andamos ya con una razonable desconfianza hacía según qué elementos. Lo que no espera nadie es que se utilice la enfermedad de un crío para sacarle los cuartos al personal. Y, por desgracia, también ocurre. El caso de la niña Nadia ha venido a demostrarlo. Al parecer, sus padres utilizaron la enfermedad de la niña para recaudar ingentes cantidades de dinero, con la excusa de que lo necesitaban para tratar médicamente a la chiquilla. Una investigación periodística ha venido a demostrar que esos tratamientos, investigaciones, operaciones y viajes, que sufragaban lo recaudado, no fueron más que una ficción. Y la gran pena de todo esto es que, ahora, como antes, quien más perderá será una niña enferma, utilizada por unos padres, ambiciosos y sin escrúpulos, que hallaron en su enfermedad una oportunidad para enriquecerse.