Aunque nuestro sistema de elección presidencial es complejo y, en teoría, permitiría gobernar al representante de un partido minoritario si consiguiera en el Congreso una improbable coalición que apoyase su investidura, parece razonable que quien reciba el encargo de hacerlo sea el vencedor de los comicios. El problema es que nuestra legislación no establece los términos de la victoria y la práctica política, salvo en el caso de mayorías absolutas o muy holgadas, no ha dilucidado aún si gana el que consigue más votos o el que consigue más escaños, aunque sólo sea uno más que el rival. Y aquí está el problema. Hace un mes, Mariano Rajoy anunció que intentará gobernar si saca más escaños que el PSOE, aunque pierda en votos, y este fin de semana, José Luis Rodríguez Zapatero ha dicho que intentará revalidar su mandato si tiene más votos de los ciudadanos.

Lo más normal es que quien consiga una diferencia de votos a su favor alcance también más escaños, pero la Ley D´Hont y la circunscripción provincial pueden obrar diabluras. Pascual Maragall consiguió formar gobierno en Cataluña tras unas elecciones en las que, precisamente, obtuvo más votos y menos escaños que su rival Artur Mas . Y tal y como se expresan hoy las encuestas, con una diferencia a favor del PSOE que no es suficiente para escapar del empate técnico, no conviene descartar la posibilidad, aunque sólo sea como hipótesis de trabajo.

Si se produjera, dado que difícilmente Zapatero y Rajoy modifiquen sus posiciones antes del 9 de marzo, sería el Rey el encargado de dilucidar la cuestión. La Constitución así se lo encomienda en el artículo 99, sin establecer precisiones sobre si el encargo lo merece el más votado o el que aporte más escaños. Lo normal es que la ronda previa de consultas que establece la ley en ese mismo artículo proporcionase las suficientes pistas al monarca para saber quién de los dos concita mayor número de apoyos parlamentarios, pero puestos a imaginar rarezas, yo no descartaría que ni siquiera tras la ronda las cosas estuvieran claras.

El merecimiento de cada candidato para obtener la presidencia del Gobierno se lo han ido labrando a lo largo de estos últimos cuatro años y seremos los ciudadanos los que decidamos dentro de dos meses. Pero seguramente este país no merece en estos momentos un gobierno por los pelos ni el Rey, verse en la encrucijada de tomar una decisión de tal calado político. Aunque vaya en su sueldo, esté refrendada y forme parte de sus responsabilidades constitucionales.

*Periodista