Tras la Nochebuena y la Navidad, esta tregua, este breve vacío, este silencio en la niebla, esta nostalgia de pasadas Nochebuenas. Esta saudade que es siempre un error, aunque a veces inevitable. En estas fechas (y no se por qué decimos fechas sólo en los días navideños) recordamos antes de que termine el año, una buena parte de nuestra vida, sobre todo cuando nuestra vida ya tiene una biografía, quizá vulgar, pero entrañable, y sobre todo, si los recuerdos parten de cierta calle de nuestro pueblo, o de la casa en la que pasábamos como ahora, estos días de Navidad.

Quizá sea la casa que habitaron nuestros abuelos, con sus habitaciones, que aunque estén amuebladas y llenas de adornos, quizá un abeto, o un belén, las encontramos hoy definitivamente vacías de los viejos afectos, y nos asomamos al viejo zaguán, encendemos la chimenea, miramos por la ventana que da a la plazuela que entonces era de tierra, donde de niños jugábamos a las canicas, al aro, al escondite, a contar cuentos inventados en las noches mágicas del verano, a los zancos que hacíamos con botes vacíos. Y las niñas jugaban a la comba, a las muñecas, a la rayuela...

Y ahora, acabado el año, miramos ese pedazo de pasado donde habita quizá un perro, que fue compañero de nuestra infancia, y que viene, si cerramos los ojos, contento hacia nosotros, corriendo como loco, igual que si el tiempo no hubiera pasado, mientras la niebla pinta estampas frías y navideñas en la plaza, en la torre de la iglesia, en las calles vacías, en las retorcidas callejas habitadas de mugidos y del canto viejo de los gallos.

Feliz año nuevo.