TEtn estos tiempos de euforia obligatoria, la aprobación del Estatuto de Cataluña en el Congreso de los Diputados por 189 votos a favor, 154 en contra y dos abstenciones, ¿significa una victoria? ¿Para quién?

Ayer se quebró una tradición no escrita de que las grandes leyes de este país eran fruto de la concertación y el consenso, entendiendo que los marcos que definen la convivencia democrática, en sus aspectos esenciales, no pueden ser objeto de litigio y que su vigencia tiene que contar con un respaldo masivo de la población. El Estatuto de Cataluña se ha aprobado con los votos en contra del principal partido de la oposición y de la fuerza emergente del nacionalismo radical catalán.

Como aquí se está diseñando una configuración política de dos carriles sin cambio de agujas, la crítica al resultado se puede entender como una identificación con alguna de las dos fuerzas divergentes. Casi nadie acepta que el sentido común no tiene adscripción ideológica permanente. Y el sentido común dicta que lo ocurrido no es estable, no soluciona problemas de fondo y deja descontentos a muchos ciudadanos, no solamente de Cataluña sino de toda España. ¿De verdad el presidente y sus hooligans están satisfechos con el resultado alcanzado?

La explicación que encubre este fracaso es elemental: la intransigencia del PP y de ERC han hecho imposible el consenso. Esa verdad superficial sería válida y razonable si el arte de gobernar no exigiera superar las contrariedades. No importa quién sea el culpable de que una ley no tenga suficiente apoyo social.

La obligación de un Gobierno responsable es crear las condiciones, concertar los apoyos y buscar el momento adecuado para que el marco de la convivencia democrática sea universalmente aceptado por todos. Y en ese sentido es en el que hay que analizar el nuevo estatuto de autonomía.

La segunda pregunta es sobrevenida. ¿Todas las concesiones que el PSOE le ha hecho al PSC para que los partidos nacionalistas aceptaran un texto común se van a quedar así, después de que ERC se dé el lujo de votar en contra y, además, siendo miembro del Gobierno de la Generalitat? Demasiadas objeciones para poder estar contento. Las sonrisas de José Luis Rodríguez Zapatero tienen fecha de caducidad.

*Periodista