Hace casi dos décadas se produjo una icónica y recordada imagen en el baloncesto español. Los entrenadores de los dos «grandes», antagónicos y eternos rivales, se daban la mano tras el final de una liga culminada en una tensa y testosterónica serie final. Ya saben, la versión deportiva de un duelo al amanecer. Y así apostados, el entrenador perdedor le soltó al triunfante un «enhorabuena por tu triunfo, pero no por tu ética» captado por los cámaras, siempre indiscretas cuando escasea el cuidado.

Toda una declaración de intenciones. Una hábil maniobra, ya que la victoria sólo se permite saborear cuando vienen acompañada de la justicia. O, quién sabe, una estupenda forma de compensación (y algo de autojustificación) situando siempre la ética en un plano superior. Parece natural, pero tiene algo de impostación: curiosamente la ética elegida siempre lo es porque cuadra con el que ha perdido.

Podemos nació como un partido a la sombra de una estética. Que además conformaba su base ética: nosotros no somos como los demás. Podemos era diferente al resto de la clase política, vieja o nueva. Era un movimiento asambleario, popular, apartidista y transversal. Incluso recelaba de adscripción ideológica, aunque fuera algo forzado disimular la evidencia. Desde el caldo del cultivo del 15-M supieron como nadie canalizar un descontento generalizado y quisieron crear un modelo ético, antes que un partido. Insumisos frente a una política adocenada y carente de respuesta.

Para eso ha sido clave un inteligente uso de la imagen. Primero buscaron una identificación partido-votante que permitía un sentimiento de permanencia por encima del propio voto. No había nada malo en superar una arcaica concepción de la política y permitirse jugar con la marca y la poderosa atracción del líder. Sin duda, consiguieron una fidelización rayana en el entusiasmo. Porque, claro, la estética no exige que sea la razón la que controla a la emoción.

Hicieron de la moral un punto de fuerza complicado de atacar. La clase política gana demasiado y no sabe lo que el pueblo necesita. La corrupción siempre es un derivado del poder continuado y de la perversión de los grandes capitales. El que mucho tiene, gestiona solo para sus intereses. La casta, los lobbies. La derecha, la ultraderecha. Y el sheriff de Nottingham. Hay que ser muy cínico para oponerte a que Robin Hood triunfe y se logre más igualdad.

Toda esa capacidad se transformó en cuotas de poder, complicadas de creer cuando el germen era una brutal crisis, tiendas de campaña y corazones encendidos. Había nobleza en muchas de sus propuestas, y eso fue comprado por muchos. Llegó Europa y los ayuntamientos de muchas ciudades, entre ellas las dos grandes urbes del país. Llegó incluso Moncloa.Detrás de todo el aparataje estético muchosquisieron creer que había una solidez ética. Y sobre todo que se transformaría en la práctica en políticas. Y en la coherencia con el discurso.

Ocurre que, llegados a este punto, incluso con la maestría con la que ha sabido el partido morado pervertir y subvertir el perfil que ellos mismos habían creado según los intereses cambiantes de sus líderes, la gente compra cada vez menos. La hemeroteca es cruel con Iglesias y los (pocos) que le quedan. Asombra la deriva feísta a la que Iglesias, en una carrera hacia adelante en la búsqueda de la salvación de nadie salvo él mismo, ha metido a la formación. Y a sus ideales.

Lo más curioso del caso es que nadie les pidió al círculo de virtud que ellos mismos crearon. Nadie les presionó para un andamiaje político tan bienintencionado como escasamente realista. Se metieron solitos. Lo que lleva a sospechar que, si alguna vez tuvieron la mínima intención de cumplir lo que prometían, aquellos días han quedado lejos. Muy lejos.

No sé si estamos ya en el momento de decirle enhorabuena por tu victoria, pero no por tu ética. Esa que algunos, cada vez más, sospechamos que nunca existió. La insumisión era, al final, la falta de poder. Todo un clásico.

* Abogado, experto en finanzas.