La muerte de dos pacientes --el lunes y el jueves de esta semana-- en el Hospital Evangélico de Barcelona ha vuelto a poner sobre la mesa el riesgo consustancial a cualquier operación, aunque, como en estos dos casos, se trate de intervenciones de cirugía estética realizadas a personas que aparentemente gozaban de buena salud. La realidad es que los tratamientos radicales llevan camino de ganar la partida a los más convencionales, aunque es evidente que no entraña el mismo peligro la utilización equivocada de una crema que someter al organismo a una anestesia. Con independencia de que se aclaren las causas de ambos fallecimientos --dos casos tan lamentables como excepcionales--, acaso haya llegado la hora de limitar la moda quirúrgica y moderar la propensión a corregir las huellas del tiempo con el recurso al bisturí. La publicidad y la moda han minimizado los riesgos que afronta el paciente que se somete a determinados tratamientos quirúrgicos, pero es indispensable contrarrestar este movimiento de inercia, alentado por la difusión de un canon de belleza ajeno por completo a la realidad. Es preciso no bajar la guardia y perseverar en la pedagogía para que la frivolidad no convierta en moneda corriente tratamientos que debieran ser la excepción. El compromiso de la Administración en este campo debe ser completo, no solo cuando se da una situación especial, sino de manera permanente para corregir la tendencia a quitar importancia a una serie de intervenciones. El altísimo número de operaciones destinadas a corregir los efectos de otras realizadas con anterioridad es solo la prueba más evidente de que algo no funciona como es debido.