Parece la teoría del gafe. Porque, sinceramente, peor no se puede hacer. En política o se juega al ataque o se juega al contraataque, pero hay que evitar pegarse tiros en el pie. Lo que le faltaba a un gobierno débil como este, amparado en una mayoría de retales, era ponerse a su propio partido en contra y, de paso, montar un pollo de muy señor mío en el seno del consejo de ministros. ¿A qué ha venido el acuerdo con Bildu para la derogación integral de la reforma laboral? Ni por operatividad, ni por necesidad parlamentaria porque estaban garantizados los votos. Un absurdo y a destiempo. No se entiende y menos en medio de un escenario de lucha partidista extrema donde cualquier desvarío se traduce en carnaza para la oposición.

Bildu, que no deja de ser una formación política maldita para la mayor parte de los demócratas de este país, de pronto se convierte en protagonista de la escena política española obteniendo un lustre democrático de la mano de Podemos y nada menos que del PSOE, un partido que no hay que olvidar cuenta con una larga lista de asesinados de ETA que jamás ha condenado la izquierda abertzale. Para más inri, la medida aprobada cabrea a los empresarios, molesta a los sindicatos y, doble salto mortal, deja a Europa contrariada, no sin antes alejar del gobierno a uno de sus socios preferentes en esta crisis como es el PNV y pone en un brete a quien ha acudido en su ayuda de un tiempo a esta parte: Ciudadanos. ¿Se puede hacer peor?

El intento de arreglarlo nos lleva al sainete político que vivimos desde el miércoles por la noche cuando se hizo público el comunicado conjunto del acuerdo. Y es que a pesar de que el escrito se corrigió para suavizar su contenido, que incluso se matizó diciendo que «no era derogación integral de la reforma laboral, sino eliminación de aquellos aspectos lesivos para los trabajadores», el daño ya estaba hecho. Porque lo más importante no es el texto firmado, que también, sino los invitados a la firma que aparecían en la foto. Por eso, el viernes llegó la justificación estrambótica del día cuando el gobierno argumentó que su polémico acuerdo era culpa del PP por no querer apoyar el estado de alarma. No contentos con eso, el propio Pedro Sánchez lo volvió a reiterar ayer en su rueda de prensa de los sábados. Pero vamos a ver, que la política, cuando no se goza de mayorías, se sustenta en la negociación y no en alianzas absurdas para castigar al oponente. Porque un acuerdo así lo que acarrea es una pérdida de credibilidad para el resto de la legislatura.

Lo que trasluce de todo ello es la descoordinación que vive este gobierno de coalición y el mando que ejerce una especie de núcleo duro dentro del consejo de ministros donde Pablo Iglesias goza de un protagonismo inusitado. Porque la pericia política de esta semana no deja de ser jugar a la estrategia parlamentaria permanentemente; saltar de piedra en piedra para cruzar el río en vez de tender puentes. Lo que ocurre con este tipo de tácticas es que, si no se calcula bien el paso, se corre serio riesgo de acabar en el agua al cuello. Y a ver luego quién levanta a un gobierno así, porque el enemigo jamás te va a echar un cable para salvarte.

De todas maneras, lo que pasa muchas veces en política, que surge lo inesperado, un plus que nadie prevé y que viene a solucionar el problema ante todo el mundo. En este caso, el comodín del gobierno, el puente que puede lograr atravesar el río sin tener que saltar las piedras, se llama Nadia Calviño. La vicepresidenta económica, la tecnócrata europeísta del consejo de ministros, puede salvar la partida. Se presenta como el ‘poli bueno’ frente al ‘poli malo’ que resulta ser Iglesias y no me cabe ninguna duda de que la máquina de estrategias de la Moncloa va a utilizarla para forzar una maniobra de salvación para todos.

La responsable de Asuntos Económicos siempre ha mantenido la discreción por norma. Pese a sus evidentes recelos hacia las posiciones de los ministros de Podemos, nunca ha mostrado en público comentario alguno. Menos el jueves pasado en un acto telemático del Círculo de Economía cuando opinó sobre la hipotética derogación de la reforma laboral: «Nos enfrentamos a la mayor recesión de nuestra historia. Con esta realidad, sería absurdo y contraproducente abrir un debate sobre esta materia». Una frase lapidaria con la que ninguneó a Podemos, menospreció a Bildu y amonestó al propio PSOE.

Esperemos el acontecer de la semana, pero apuesto a que Nadia Calviño va a copar buena parte del protagonismo de este gobierno y a que Pedro Sánchez se va a agarrar a ella como un naúfrago al tronco de un árbol. La travesía que viene va a ser muy complicada y con tantos frentes abiertos mejor asegurar una persona que pueda solucionar problemas que otra que lo que haga sea crearlos.