No han sido pocas las ocasiones en las que Pablo Iglesias ha dicho que nunca entraría en un Gobierno que no estuviera presidido por él mismo. El pasado viernes lo volvió a corroborar en rueda de prensa, por mucho que la línea discursiva pareciera ir en dirección opuesta. Sin quererlo Iglesias se alzó de nuevo como lo que es, independientemente de lo mucho o nada que nos gusten sus ideas: el mejor estratega de entre quienes optaban a la Moncloa.

Pocos minutos le hicieron falta a Pedro Sánchez , que estos días parece estar más pendiente de su jubilación que de cualquier mandato ciudadano, para retratarse también. Porque él mejor que nadie es conocedor de su poca experiencia, su insípida vida profesional y sus nefastos resultados; una mezcla que le conducen sin atisbo de duda al olvido público, y a la negación de unos privilegios a los que se resiste a rechazar. Fueron quizás esas inquietudes futuras las que provocaron que el viernes, en vez de mostrarse tajante a lo que para muchos ha sido un grave insulto a su partido, solo sacara la sonrisa que tan poco gusta a Susana Díaz , presidenta de Andalucía, de momento.

Estratega como Iglesias lo es también el presidente del Gobierno en funciones, que horas después decidió dar un golpe de efecto muy aplaudido, y poco esperado. Si por la mañana se vislumbraba un pacto de izquierdas, con reparto de sillones y ministerios incluido, ¿por qué someterse a una investidura que sabía de antemano perdida? Para disgusto de Sánchez, Rajoy , además de allanarles el camino, dio otra vuelta de tuerca a la excepcional situación que vive el Partido Socialista.

Y es que estando Iglesias con la mirada puesta en nuevas elecciones, que le subirían a segunda posición; y con un Rajoy más dialogante que nunca --incluso con Cataluña--; Sánchez tiene por delante, dado por descartado cualquier acercamiento hasta ahora con Rajoy, y además de asegurarse un futuro, decidir si hunde a su partido en un pacto imposible con Podemos --que les fagocitaría--, o en unos nuevos comicios, en los que se vería obligado a apoyar a la formación morada.