Mariano Rajoy y los suyos están marcando el ritmo de la nueva estrategia de oposición tras el comunicado de ETA. El dirigente popular y sus asesores tuvieron claro que, ante la amenaza terrorista y el riesgo más que evidente de que se produzca un atentado, seguir utilizando esta táctica era un suicidio. La escenificación del apoyo al Gobierno para acabar con ETA fue medida y llevaba implícito un mensaje al sector duro del PP. Los dirigentes moderados de la derecha llevan tiempo advirtiendo que forzar la máquina en el tema antiterrorista podía no ser rentable para volver a la Moncloa.

Hay que deshacerse, sin prisas pero sin pausas, de incómodos compañeros de viaje como el presidente de la AVT Francisco José Alcaraz , que les ha convocado manifestaciones por libre y que da una incómoda imagen de derecha dura, y designar para la interlocución con el Gobierno a gente de absoluta confianza. Eso explica que, a partir de ahora, Ignacio Astarloa responsable de Interior y Justicia del PP sea el que hable con Rubalcaba sobre terrorismo y no el portavoz parlamentario Eduardo Zaplana . Esta decisión tiene más calado de lo que parece ya que el acuerdo Rajoy/Zapatero contempla que ambos dirigentes se llamen cuando sea necesario pero que, con el resto de grupos, los encuentros serán entre el ministro del Interior y sus jefes de fila en el Congreso.

Pero, dentro de esta estrategia de recuperar la iniciativa ahora que el peligro terrorista acecha, Rajoy no le ha dado al presidente un cheque en blanco. Al día siguiente en una emisora que le apoda maricomplejines dejó claro que espera que el ejecutivo reaccione y le puso tareas : ilegalizar a ANV y pactar el futuro de Navarra. Nadie en el PP se atreve, sin embargo, a garantizar que la concordia dure hasta el debate sobre el Estado de la Nación que se va a celebrar a primeros de julio. De momento, Rajoy logró el martes superar la prueba del nueve al asistir junto de Aznar y Mayor Oreja (ahí es nada) a un acto literario y mantener la templanza sin salirse de la estrategia del apoyo crítico.

El éxito de Gallardón en Madrid, pese al despilfarro de las obras del la M-30 y sus permanentes goteras, puede haber reforzado a ese sector del partido que pedía alejarse de la línea ultramontana marcada por FAES. Ya se verá.