Autor teatral

Tengo el cuerpo tormentoso, como barrido por un ciclón de las Azores, al que las isobaras de mis nervios no han podido hacer frente. Y ya se sabe lo que son los ciclones --tan cabrones y guerreros-- si encima vienen de las Azores.

Supongo que estoy en un estado post-megagriposo, que todavía y aún me tiene alelado. Sólo les puedo asegurar que estoy en un vivir, pero sin, que para sí hubiera querido el alucine de santa Teresa. Mis abuelas, tanto María, como Carmen, me hubieran hecho el diagnóstico, como se hacen las croquetas: Tú, hijo, es que lo que tienes es estrebejí . Y tan panchas se hubieran quedado y a otra cosa, mariposa.

Estrebejí --todavía no sé si con b o con v-- es palabra recia de mi infancia, que he recuperado, como se recupera la memoria de los muertos. Los diccionarios la desgracian, pero yo la revivo, en la palabra viva de mis abuelas muertas.

Por deducción y contexto, estrebejí sería un estado del alma apresurado y ansioso y deseoso, que no te permite relajarte ni siquiera un minuto. O sea, como el baile de san Vito, un suponer. Ese es el estrebejí, del otro estrebejí. Y no es un montaje flamenco-teatral que esperamos, que ustedes y nosotros podamos ver en nuestros escenarios. Estrebejí es la palabra soñada para cantarla en Extremadura.

Cuando nos pusimos hablar de la tierra --por tanto de la vida-- un arrechucho de sueños nos invadió, y no porque no quisiéramos ver la realidad, sino que esa realidad debería sustentarse de los sentimientos. Estrebejí es la palabra ensoñada de la existencia, pero con requiebros de garganta y el quejío de un desgarro. Es el movimiento de la luz por la palabra, de la palabra por el cante y del cante por nuestra existencia. Si algo puede conmigo, es el victimismo de una voluntad indolente. Si alguien me diarrea el corazón, es la tozuda voluntad de sentirse paria.

El estrebejí de Extremadura es la visión metafórica del hijo y la madre, del hombre y la mujer, de los amantes, al fin, que han vivido el amor de una existencia. No quiero jachas, jigos y jigueras, no porque sus haches aspiradas avergüencen a mi corazón y me suban los colores, sino porque somos encina, pero también el cielo azulón y voluntarioso que la cubre de luz y claridad.

Paco Carrillo --el director del montaje-- tiene edad, por experiencia, para saber conjugar la misma miseria de un pasado de pana rancia y el futuro de extremeños y extremeñas con estrebejí de ánimo para un presente, que es ahora.

Ese es el estrebejí que hemos querido retratar: luz que restalla ante el recuerdo de tanta oscuridad. Hombres y mujeres de este tiempo que han enterrado en la memoria y el andar cansado y los lutos de tantísimos siglos. Ese es el estrebejí de nuestra tierra. Claro que a nadie se le olvida la nostalgia, el desarraigo, la soledad de tantos de nosotros, que todavía sueñan desde el hormigón de ciudades; que no lo son, el mar de encinas, pero vivas de progreso. Ya les digo que puede ser un estado --el mío-- comatoso y gripal, cuando tanto estrebejí me hace delirar estas reflexiones.

Lo que sí puedo decirles es que el estrebejí que tengo y tenemos es gracias a un movimiento de los extremeños, que por fin se echarán a andar.

Y eso conlleva, porrazos, pero con heridas curadas por el relente del tiempo.

No a la guerra .