Hay personas nacidas para ejercer el poder y otras, para sufrirlo en sus propias carnes. Será cierto, como dice la máxima castiza, que «unos nacen estrellas y otros, estrellados».

En el mundo del fútbol, incluso algunos de los personajes más meritorios acaban recibiendo trato de apestados. Por razones incomprensibles, Keylor Navas, ganador de tres Champions con el Real Madrid entre otros títulos, parecía que tenía que pedir perdón por ocupar la portería. Grandísimo portero pero con poco glamur mediático, fue traspasado aún no sabemos por qué, pese a que la afición lo adoraba. Navas sería el hombre pobre, mientras que Gianluigi Buffon (otro talento bajo los tres palos) simboliza la imagen del hombre rico.

Con los entrenadores sucede algo parecido. Mourinho, que no hizo gran cosa en el equipo blanco cuando estuvo a su cargo, mandaba más que el General Franco en sus buenos tiempos. Nunca estaba contento, pues nada le parecía suficiente. Tal era su poder, tanto era el miedo que le tenía la presidencia, que Mou se comportaba como si hubiera sido contratado no para rendir cuentas al mejor club del mundo, sino que para que este se las rindiera a él. Y aunque su paso por el equipo de la capital de España fue una pesadilla todavía hay quien le añora cuando alguno de sus sucesores pasa por un bache de resultados.

La otra cara de la moneda sería Ernesto Valverde, despedido tras el traspié del Barça contra el Atlético de Madrid en la Supercopa, un partido en el que su equipo, el Barça, jugó 80 minutos a un gran nivel. Se olvida, en fin, que Valverde ha ganado dos Ligas, una Copa del Rey y una Supercopa, que va el primero en esta Liga y que su equipo sigue con buen pie en la Copa y en la Champions.

Tenemos buena memoria para los éxitos de las estrellas y para los fracasos de los estrellados, pero no a la inversa. Y contra ese estigma de pobres y ricos no merece la pena luchar.

*Escritor.