La decisión de la Consejería de Educación de adelantar los exámenes extraordinarios de fin de curso a junio, en lugar de hacerlos en septiembre como era habitual, no agrada a la mayoría. Y en parte es lógico pensar que el alumno que no ha logrado aprobar una asignatura en nueve meses, malamente lo va a hacer una semana después de conocer las notas finales, salvo que sea un portento (claro que si lo fuera no habría suspendido antes y tiene claras aspiraciones a opositar a notario).

Al margen de las disputas políticas y que los del PSOE hagan en su comunidad lo contrario de lo que hace el PP en las suyas, habría que abrir un debate sosegado y riguroso para saber si los estudiantes extremeños están preparados para examinarse con la fórmula que plantea la Junta. Pasar de un régimen permisivo como es la Logse, con unas evaluaciones continuas que en nada se parecen a los duros exámenes de antaño, a tener que empollarte cuarenta fórmulas en sólo una semana, va un trecho.

Quizá la fórmula ideal sea algo intermedio, con pruebas a finales de julio, lo que al menos permite un margen de un mes para poder asimilar una materia que se te atragantó durante el curso o en la que tuviste mala suerte en el examen final. Desde luego, el porcentaje de aprobados en segunda convocatoria haciendo los exámenes en junio no entrará en el libro Guiness .