ETA volvió a matar ayer tras un periodo de tres meses que ha coincidido con varios golpes policiales a la banda, la ilegalización de Batasuna y el proceso de las elecciones municipales. La organización ya desmintió que estuviese en tregua para favorecer el plan de Ibarretxe, y desgraciadamente ayer lo demostró segando la vida de dos policías e hiriendo a otro.

Los terroristas han vuelto a atentar pasadas las elecciones municipales, después de que el grueso de los seguidores de Batasuna hayan probado con su voto nulo que su proyecto no es el del PNV y EA, y cuando el PSE se resiste a un pacto generalizado con el PP. Cada vez que se intuye algún tipo de aproximación entre el nacionalismo democrático y los socialistas vascos, ETA responde con las bombas mortales en un intento de que las fuerzas políticas que están en su punto de mira, PP y PSE, cierren filas. Por eso nadie debería dar satisfacción a esa locura asesina que trata de ampliar el foso entre nacionalistas y constitucionalistas, y ahondar la división de la sociedad vasca. Ni negando el carácter pacífico del PNV, ni aferrándose a la idea de que sólo un frente nacionalista que incluya a quienes asisten indiferentes a tanta muerte es la única opción para el futuro de Euskadi.